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bueno, muy bueno: mire usted cómo le pide perdon,-asi iba diciendo la buena mujer al oido de LucíaiQué más puede decirt-prosiguio D. Abundo.-Vaya, arriba esa cabeza. No seas niña, despáchate para que podamos marcharnos presto.

Con efecto, levantó Lucía la cabeza, miró al caballero, y viéndole humillado, abatido y confuso, movida de un sentimiento en que se reunian la compasion, la gratitud y el gozo, dijo:

—Ah, señor! ¡Dios le pague á su señoría tan buena obra!

—Y á tí mil veces más,-contestó el caballero,-por el consuelo que me proporcionan esas palabras.

Dicho esto, se dirigió á la puerta y salió el primero. Siguióle Lucía, enteramente animada con la mujer que le daba el brazo, y tras de ellos echó á andar D. Abundo. Bajaron todos la escalerilla y llegaron á la puerta que daba al segundo patio. Abrióla el caballero, se llegó á la litera, y con cierta urbanidad casi tímida (dos cosas muy nuevas en él) ayudó á Lucia y á la mujer å entrar en ella. Tomó luégo de las maños del mozo de la litera las riendas de las dos mulas, y dió el brazo tambien á D. Abundo, que ya se habia acercado á la suya.

—j0h, tanta bondad!-dijo éste montando en su mula con más ligereza que ántes.

Y la comitiva echó á andar en cuanto estuvo pronto tambien el caballero, que con frente más serena habia recobrado ya su acostumbrada actitud de predominio. Los bravos que se encontraban en el camino notaban bien en su rostro señales de que le ocupaban pensamientos graves y cuidados extraordinarios; pero no pasaban más allá; y como no habia llegado todavía á sus oidos la noticia de aquella gran mudanza, era imposible que por conjetura llegasen á adivinarla.

La buena mujer que acompañaba á Lucía, corridas las cortinas de la litera, la cogió de las manos, y empezó á consolarla con palabras de congratulacion y ternura; y viendo que además del abatimiento ocasionado por su3 pasadas penas, la confusion y oscuridad de los sucesos le impedian experimentar un placer completo por su libertad, le dijo todo lo que creyó más conducente para refrescar su memoria, y desembrollar, digámoslo asi, sus ideas; y nombrándole el pueblo de donde ella era, y á donde iban, Lucía, que estaba impuesta en que no distaba mucho del suyo, exclamó: