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Sería de ver que la tomase conmigo, porque me han metido en este fregado. Si tuvo valor entónces hasta de enviarme aquellos dos demonios para que me hiciesen en el camino tan mala pasada, įsabe Dios abora?... Con su Ilustrísima no podrá pegar: es un bocado demasiado duro para él; pero entretanto tendrá el veneno en el cuerpo, y con alguno querrá desahogarse. ¡Válgame Dios! ¿en qué pararán estas misas? El hilo quiebra siempre por lo más delgado:

Lucia, claro está que su llustrísima pensará ponerla en salvo: el otro pobre diablo está fuera de su alcance, y ya ha llevado su cuota; de consiguiente, yo soy la única parte flaca que queda del hilo. Sería cosa bien dura que, despues de tantas incomodidades y trabajos, sin comerlo ni beberlo, hubiese de pagar el escote! Qué hará su llustrisima para defenderme despues de haberme sacado á bailar? įPodrá impedir que aquel malvado haga conmigo una de las suyas? ¡Ademas, son tantos los asuntos que ocupan á su Ilustrísima! ¡Tiene tantas cosas en la cabeza! ¡Se mete en tanlos negocios! Lo mejor será consultar con Perpetua, y dejar que ella lo arregle todo; siempre que á su llustrísima no se le antoje dar otra campanada, y melerme en nuevos laberintos. Desde luégo en cuanto llegamos, si ha salido de la iglesia, iré muy de prisa á ponerme á sus órdenes, y si no estuviese, dejaré mi nombre, y me marcharé á mi casa. Lucía tienc buena proteccion; á mí para nada me necesita; además de que, despues de tantos malos ratos, es justo que me vaya á descansar... Pienso ahora que no será extraño que su lustrísima éntre en curiosidad de saber toda la historia, y salga á la colada lo del matrimonio. ¡Sólo me falta eso!... ¿Y si va de visita tambien á mi parroquia?...

En fin, será lo que Dios fuere servido. No quiero contristarme de antemano, que no son ya pocas las molestias que me abruman. Miéntras su llustrísima quede por acá, no se atreverá D. Rodrigo á cometer ningun atentado... pero despues... ¡Ah! ya preveo que mis últimos dias lo han de ser de amargura.»

Cuando llegaron, no estaban concluidos aún los divinos oficios. La comitiva, despues de pasar por entre las mismas gentes, no ménos conmovidas que la vez primera, se dispersó por fin. El caballero y D. Abundo entraron en una plazuela, en cuyo frente se hallaba la casa del Párroco, y la litera siguió adelante hasta llegar á la de la buena mujer.

Cumplió D. Abundo su palabra, pues apénas apeado, hizo los más expresivos cumplimientos al caballero, suplicándole que le disculpase con su llustrísima, porque negocios