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sion de no encontrar socorro en la tierra, el fervor de la súplica y la deliberacion con que hizo su promesa. El arrepentirse despues de conseguida la gracia, le pareció una sacrilega ingratitud hácia Dios y su bendita Madre, y persuadida de que semejante infidelidad le acarrearia nuevas y más terribles desventuras, en medio de las cuales no podria ya tener confianza en sus oraciones, 8e dió prisa á arrepentirse de aquel mom.entáneo arrepentimiento. Quitóse del cucllo devotamente el rosario, y teniéndole entre sus manos trémulas, confirmó y renovó el voto, pidiendo al mismo tiempo con el mayor fervor que le concediese la Virgen la fuerza de cumplirlo, y se apartasen de ella los pensamientos y las ocasiones capaces, si no de revocar su resolucion, por lo ménos de atormentarla demasiado.

La ausencia de Lorenzo, y las pocas apariencias de que pudiese volver, y aquella separacion que basta entónces le habia parecido tan amarga, las tuvo ahora por una disposicion de la Providencia, que reunió para un solo fin ambos acontecimientos, y procuraba hallar en el uno la razon de consolarse del otro. Sin embargo, tras este pensamiento no dejaba de figurarse que la misma Providencia, para coronar la obra, sabria hallar el medio de que Lorenzo se resignase y no pensase más...; pero apénas la asaltó semejante idea, volvió á agitarla la lucha de afectos. Convencida de que su corazon pugnaba por arrepentirse otra vez, volvió de nuevo á las súplicas, á las protestas y á la batalla, de que salió triunfante, como el vencedor cansado y herido se separa de su contrario que yace por tierra.

Oyóse en esto un bullicioso pisoteo acompañado de gritos de alegría. Era la familia menuda que venía de la iglesia, y en efecto entran saltando dos niñas y un niño: se paran un momento mirando con curiosidad á Lucía, y corren luégo hácia su madre, agrupándose todos tres alrededor de ella. Uno pregunta quién es aquella jóven, y cómo, y á qué ha venido; otro quiere contar las maravillas que ha visto en la iglesia, no costando poco trabajo á su madre hacerles guardar silencio. Entra en seguida el amo de la casa con paso mesurado y la cordialidad pintada en el ro8- tro. Era (pues aún no lo hemos dicho) el sastre del lugar, y áun de todo el contorno; hombre que sabía leer y habia repasado más de una vez la historia de los doce pares de Francia y várias vidas de santos, por lo cual pasaba entre sis compatriotas por discreto y entendido, lisonja que rehusaba con modestia, dieiendo únicamente que habia errado la vocacion, y que si hubiese estudiado, quién sabe