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| pero lo que más profunda mella habia hecho en su ánimo era el sermon del Cardenal.

—Al ver-decia-á un señor de su clase sentado en el altar como un simple cura...

—Y aquella cosa de oro que tenfa en la cabeza?-interrumpió una niña.

—¿Quieres callar? Al pensar, digo, que un señor de su clase, un varon tan sabio que, segun dicen, ha leido todos los libros que se han impreso, cosa á que ni áun en Milan ha llegado ninguno; al ver cómo sabe expresarse de modo que todo el mundo le entienda...

—Tambien yo le he entendido muy bien,-prorumpió la otra niña.

—Calla, tonta. ¿Qué has de haber comprendido tú?

—¡Toma! No conocí yo que estaba explicando el Evangelio en lugar del señor Cura?

—iCalla! te digo. No hablo de los que saben leer, porque éstos tienen obligacion de entender; pero hasta los más zotes comprendian el sentido perfectamente. Sin embargo, vayan ustedes ahora á preguntarles si sabrian repetir sus palabras. ¡Qué! ni dos solas. No obstante, lo que es el sentido bien claro estaba para todo el mundo. Sin nombrar jamás al señor del castillo, bien se echaba de ver que hablaba de él: y, en fin, para comprenderle bastaba obser var cuando se le arrasaban los ojos en lágrimas. Entónces, ¡qué de llantos, qué de sollozos en toda la iglesia!

—Es verdad,-dijo el niño;-iy por qué lloraban todos como si fueran muchachos?

—iChiton! Y en verdad que hay corazones bien duros en esta tierra. Hizo ver con mucha claridad que, á pesar de la careslía, es preciso dar gracias al Señor, trabajar mucho, ayudarse unos á otros y vivir contentos: porque no es una desgracia el pasar trabajos, ni el ser pobre; no, sefior. La desgracia es obrar mal. Y no son las suyas sólo buenas palabras, pues se sabe que vive como un pobre, y se quita el pan de la boca para darlo á los necesitados, cuando podria vivir regaladamente mejor que otro alguno.

Ast, así es cuando da gusto oir predicar á un sujeto de su clase, y no como muchos que dicen: «Haz lo que te digo, y no lo que hago.» ¡Buena razon por cierto! El ejemplo es lo que más vale. Tambien hizo ver que hasta los que no son señores, si tienen algo más de lo necesario, están obligados á repartirlo con los menesterosos.

Aquí interrumpió su plática como si le ocurriese algun pensamiento improviso: se mantuvo cabizbajo un momento;