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ya todos ven los buenos antecedentes que habia para ello.

Lo bubiera exigido, pidiendo luégo que de todo se le diese una razon circunstanciada, por ser excelente coyuntura para manifestar la estimacion que merecia la familia de una de las primeras autoridades del Ducado. Para librarse de semejante compromiso, se levantó D. Rodrigo una mañana ántes de salir el sol, se metió en su coche, acompañándole á vanguardia y á retaguardia el Canoso y demas bravos, y dejada la órden de que le siguiese luégo el resto de la familia, salió fugitivo, como... (permitasenos dar algun lustre á nuestros personajes con alguna honrosa comparacion) como salió de Roma Catilina, bufando y jurando volver presto de distinto modo para vengarse.

El Cardenal entretanto iba visitando las parroquias del territorio de Lecco. El dia que debia llegar al lugar de Lucía, la mayor parte de los habitantes salieron á recibirle al camino. A la entrada del pueblo, al lado mismo de la casita donde vivian madre é hija, se habia construido con palos y cañas un arco triunfal revestido y adornado de ramos y flores. La fachada de la iglesia estaba adornada con tapices; todas las ventanas del pueblo colgadas con colchas, sábanas, fajas de niños en festones y todo lo mejor que tenian aquellas buenas gentes, y que, siendo cosas de uso diario, parecian adornos de lujo. A la hora de visperas, que era la misma en que el Arzobispo acababa de llegar á la iglesia, los que habian quedado en las casas, viejos, mujeres y especialmente muchachos, salieron tambien á recibirle, parte en órden y parte á bandadas, presididos todos por D. Abundo, apurado y aturdido en medio del bullicio de las gentes que subian y bajaban, y que, segun él mismo decia, le trastornaban la vista, y temeroso de que las bachillerías de las mujeres le pusiesen en el caso de tener que dar cuenta del asunio del matrimonio.

En esto apareció el Cardenal, 6, por mejor decir, la muchedumbre, en medio de la cual se hallaba en su litera con su acompañamiento, pues de todo esto sólo se veia sobresalir por encima de las cabezas el extremo de la cruz que llevaba delante en una mula el capellan destinado á este oficio. La gente que iba con D. Abundo corrió de tropel á incorporarse con la que venia con el Cardenal, y D. Abundo, despues de haber dicho tres 6 cuatro veces «poco á poco, despacio: ¿qué haceis?» se volvió despechado, y diciendo entre dientes: «Esta es una Babilonia; es una Babilonia,» se dirigió á la iglesia que aún estaba desocupada, y allí estuvo aguardando.