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Adelantábase el Cardenal dando bendiciones, y recibiéndolas del concurso, que apénas podian contener los de la comitiva. Como paisanos de Lucía, aquellos pobres aldeanos hubieran querido obsequiar al Arzobispo con demostraciones extraordinarias; pero no era esto muy fácil, porque ya de mucho tiempo en todas partes á donde llegaba se esmeraban las gentes en hacer cuanto podian. Ya al principio de su pontificado, la primera vez que entró solemnemente en la catedral, fué tan grande la afluencia del pueblo, que estuvo para perder la vida; y algunos caba- İlercs que estaban á su lado sacaron las espadas para contener la muchedumbre: tan incultas y violentas eran las costumbres de aquellos tiempos, que, áun para hacer demostraciones de amor y respeto á un obispo en su misma iglesia, corria riesgo de ser atropellado; y sin duda la amenaza de que bablamos no hubiera bastado, si dos clérigos robustos de ánimo y de cuerpo no lo hubieran levantado en sus brazos para llevarle en vilo desde la puerta de la iglesia hasta el altar mayor: desde entónces en todas las visitas que tuvo que hacer, se puede contar su primera entrada en las iglesias, sin que parezca exageracion, entre sus trabajos pastorales, y á veces entre los peligros de su vida.

Entró, pues, en aquélla como pudo, se dirigió altar, y allí, despues de haber orado, habló, segun su costumbre, cuatro palabras á los concurrentes, haciéndoles presente el amor que les tenía, y el deseo de su salvacion, indicándoles el modo de disponerse para la funcion del dia siguiente. Pasó en seguida á casa del cura Párroco, y entre las muchas cosas acerca de las cuales tuvo que conferenciar con él, le preguntó por las circunstancias y la conducta de Lorenzo. Contestó D. Abundo que era un mozo algo vivo, algo testarudo y algo colérico: pero á preguntas mås precisas y determinadas tuvo que responder que era hombre de bien, y que él mismo no sabia comprender cómo en Milan habia hecho todas las diabluras de que se hablaba.

—En cuanto á la jóven, ¿cree usted-prosiguió el Cardenal-que puede volver á su casa sin riesgo?

—Por ahora-respondió D. Abundo-me parece que puede venir y permanecer; digo por ahora... pero,-añadió con un suspiro-sería necesario que su Ilustrisima quedase siempre aquí ó muy cerca.

—El Señor siempre está cerca,-dijo el Cardenal.-Por lo demas, yo pensaré cómo ponerla en paraje seguro.