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Y dió inmediatamente la órden para que el dia siguiente muy temprano se despachase la litera con escolia para traer á las dos mujeres.

Salió D. Abundo muy contento, viendo que el Arzobispo le habia hablado de Lorenzo y Lucía, sin decirle palabra por haberse negado á casarlos.

«Luégo nada sabe, decia para sf. Inés ha callado. ;Qué milagro! Sin embargo, necesito verla otra vez para darle nuevas instrucciones. Si, la veré.» Y no sabía el pobre hombre que el Arzobispo no habia hablado sobre el particular expresamente, porque cra su ánimo tocar este punto más despacio y en mejor ocasion; y ántes de darle una buena reprimenda queria oir sus razones.

Pero los proyectos del buen prelado con respecto á la colocacion de Lucía eran ya inútiles, pues despues de haberla dejado en casa del s3stre, habian sobrevenido las cosas que vamos á referir.

Las dos mujeres, en los pecos dias que tuvieron que pasar en su nuevo asilo, tomaron cada una, en cuanto pudieron, su antiguo y acostumbrado régimen de wida. Lucia pidió algo que trabajar, y como lo hacia en el convento, no dejaba la aguja de la mano en una piececita retirada, léjos de la gente. Inés salia algunas veces, y otras se ocupaba en remendar alguna ropa en compañia de su hija. Sus conversaciones eran tanto más tristes cuanto más afectuosas. Las dos estaban resignadas á separarse, porque la oveja no podia volver cerca de la cueva del lobo. Pero ¿cuando y cómo se verificará semejante separacion? Intrincado y oscuro era para ellas el porvenir, y especialmente para una; sin embargo, Inés no dejaba de bacer conjeturas de color de rosa, pensando que no habiéndole sueedido á Lorenzo alguna desgrácia, no debia tardar en darles noticias de su persona, y en decirles si habia encontrado que trabajar y donde establecerse: y manteniéndose, como no podia dudarse, en su propósito de cumplir su palabra á Lucía, ¿qué dificultad habia en irle á busear? Con estas esperanzas entretenia á menudo á su hija, cuyo dolor al oirla era quizá mayor que su pena para haber de responderle.

Siempre habia ocultado su gran secreto, é inquieta por el disgusto que le causaba el usar de semejante supercherfa con tan buena madre, pero al mismo tiempu contenida casi invenciblemente por la vergüenza y otros varios temores, iba difiriendo de hoy á mañana el descubrirlo. Por otra parte, sus designios eran muy diferentes de los de su madre; 6, por mejor decir, ningunos tenía formados, ponién-