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dose enteramente en manos de la Providencia. Procuraba por tanto mudar de conversacion, 6 en términos generales contestaba que ya no tenía en este mundo otra esperanza ni deseo sino el de reunirse con su madre en su casa; y las más veces venian las lágrimas á hacer con oportunidad el oficio de las palabras.

—Sabes tú por qué se te figura eso? porque, como has sufrido tanto, no crees que las cosas puedan tomar otro aspecto; pero deja obrar al Señor; y si... como se presente un rayo de luz, sólo un rayo, me dirás entónces si no piensas en nada.

Besaba Lucía á su madre y prorumpia en muevo llanto.

Ya entre ellas y sus huéspedes se habia establecido una grande amistad. Y en dónde se estrecha con vínculos más fuertes, sino entre bienhechores y favorecidos, cuando unos y otros son honrados y buenos? Inés con especialidad charlaba mucho con el ama de la casa; luégo el sastre las entretenia con historias y discursos morales, y sobre todo en la mesa siempre tenía algo que contar del valiente Roldan, 6 de los Padres del desierto.

A pocas millas de aquel lugar pasaba el otoño en una quinta suya un matrimonio de gentes distinguidas, cuyos nombres eran D. Ferrante y doña Práxedes. Era ésta una señora vieja muy propensa á hacer bien, oficio seguramente el más digno que puede ejercer el hombre, pero que por desgracia suele alguna vez tener sus inconvenientes como todos los demas. Para hacer el bien es menester conocerlo, y lo mismo que las demas cosas, no podemos conocerlo sino en medio de nuestras pasiones, por nuestros juicios y con nuestras ideas, las cuales á veces no son las más ajustadas. Doña Práxedes se gobernaba con sus ideas del mismə modo que, segun dicen, debe hacerse con los amigos. Con efecto eran pocas, y les tenía singular apego. Entre ellas habia algunas por desgracia bastante torcidas, y no eran estas las que ménos amaba: de aquí nacia que no siempre era el bien lo que reputaba tal, ni los medios de lograrlo acertados 6 justos, pues solia ver las cosas al reves de lo que eran en sí realmente, como más de una vez nos sucede á todos, aunque no con la frecuencia que á la indicada señora.

Al oir doña Práxedes el gran acontecimiento de Lucía, y todo lo que en aquella ocasion se decia de ella, entró en curiosidad de verla, y mandó un coche con un criado antiguo para que le condujesc á la madre y á la hija. Esta se encogió de hombrcs, y pidió al sastre, que fué el que les