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guardar su casa aquella noche, y aquí se confirmaba aquel refran que dice: «¿Quieres tener mucha gente en tu ayuda? haz por no necesitar á ninguna.»

Aunque acogida tan bullieiosa aturdia á Lucía, no dejó de serle de alguna utilidad, distrayéndola de pensamientos que, áun entre la confusion, le ocurrian en aquella puerta, en aquella salita, y, en fin, á la vista de iodos aquellos objetos.

Al toque de la campana, que anunciaba que iba á empezar la funcion, se dirigieron todos á la iglesia, y la vuelta fué otro pasco triunfal para Inés y Lucía.

Concluida la funcion, entró D. Abundo á ver si Perpétua lo habia dispuesto todo bien para comer, cuando le avisaron que el Cardenal queria hablarle. Acudió inmediatamente al aposento de su ilustre huésped, el cual, habiendo dejado que se aproximase:

— Señor Cura,-le empezó diciendo, de un modo que le dió á entender que aqueilas palabras eran el principio de un largo y serio razonamiento,-señor Cura, ¿por qué no casó usted á esa Lucía con el que tenía comprometida su palabra con ella?

«Ya esas habladoras han vaciado el buche esta mañana,» dijo para sí D. Abundo, y respondió como balbuciente:

—Señor ilustrisimo, es muy probable que su llustrisima haya oido bablar de lo ocurrido en este negocio, en que hay tal enredo, que áun en el dia no es fácil desenmarañarlo, como usia ilustrisima puede deducirlo viendo aquí á la muchacha como por milagro, al cabo de tantas aventuras, y sin saber despues de otras tantas dónde está el mozo.

—Pregunto,-replicó el Cardenal,-si es cierto que ántes de todos esos sucesos se negó usted á celebrar el casamiento cuando lo solicitaron, y por qué motivo.

—Ah! ¡si usía ilustrísima supiera!... ;Qué intimacioues! ¡Qué órdenes de no hablar!...

Y sin concluir, quedó D. Abundo en ademan de dar á entender respeluosamente que sería una imprudencia el querer saber más.

—¿Cómo?--dijo el Cardenal con una gravedad poco comun en él.-Su obispo de usted es quien, por su obligacion, y para justificacion de usted, quiere saber por qué no hizo lo que debia.

—Señor ilustrisimo,-contestó D. Abundo haciéndose el chiquito;-no quise decir... me pareció... que siendo cosas muy complicadas, antiguas y sin remedio, sería inútil