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ria si se hubiera presentado en el mundo con semejante doctrina? Estaba D. Abundo con la cabeza baja, y su espíritu se hallaba entre aquellos argumentos como el pollo entre las garras del gavilan que le tiene elevado á una region desconocida, y en una atmósfera que nunca respiró. Viendo que era necesario contestar alguna cosa, dijo con cierta sumision no producida por el convencimiento:

—Señor ilustrisimo, no tendré razon: si no se ha de hacer caso de la vida, ya no sé qué decir; pero cuando hay que habérselas con gente que tiene la fuerza y no entiende de razones, no sé qué es lo que se podria ganar con echarla de valiente. Aquel es un señor con quien no hay que partir peras.

—No sabeis que el sufrir por la justicia es nuestra victoria? ¿Y si no sabeis esto, qué es lo que predicais? De qué sois maestro? ¿Cuál es !a buena nolicia que anunciais á los pobres? ¿Quién os pide que venzais la fuerza con la fuerza? Ciertamente no os preguntarán un dia si habeis sabido contener á los poderosos, porque no se os dió para esto ni comision ni medios; pero sí os preguntarán si empleasteis los que eslaban en vuestra mano para hacer lo que os habian mandado, áun cuando aquéllos tuviesen la temeridad de oponerse.

«;Qué rarezas tienen estos santos! decia para sf don Abundo. En sustancia, segun se ve, le interesan más los amores de dos aldeanos que la vida de un pobre sacerdote.» Y en cuanto á él, se bubiera contentado con que allf diese fin la amonestacion; pero veia que el Cardenal á cada pausa quedaba como quien aguarda una respuesta, una confesion 6 una apologia; en fin, alguna cosa.

— Vuelvo á decir, ilustrisimo señor, que seré culpado...

El valor ro puede uno infundírselo á sí mismo.

—¿Y por qué, pues, pudiera yo contestar, por qué, pues, abrazasteis un ministerio que impone el estar en continua guerra con las pasiones del siglo? Pero me limitaré á preguntaros: ¿cómo no os ocurrió que en cste ministerio, de cualquier modo que le abrazaseis, si el valor es necesario para cumplir con sus obligaciones, el Señor os le daria infaliblemente, como se lo pidieseis con fervor y confianza? ¿Creeis que tantos millones de mártires tuvieron naturalmente valor? que despreciasen la vida tantos jóvenes que empezaban á gozar de ella, tantos ancianos acostumbrados á sentir que se acercaba su término, tantas doncellas, tantas madres? Todos tuvieron ánimo, porque