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pero si son justas, meditadlas de modo que os sirvan de confusion saludable.

«Hé aquí cómo van las cosas, continuaba diciendo entre sí D. Abundo: jal mismo Satanas (y aludia al caballero del castillo) le echa los brazos al cuello, y á mí, por una mentirilla de mala muerte para salvar el pellejo, tanta reconvencion! Pero son superiores, y siempre tienen razon. Es estrella mia que hasta los santos han de pegarla conmigo.»

—He errado (prosiguió en voz alta), lo conozco, he errado; pero iqué habia de hacer en un conflicto como aquel?

—¿Aún teneis valor para preguntarlo?-contestó el Cardenal.-¿No os lo he dicho ya? amar á vuestra grey, implorar el auxilio divino, que no podia faltaros, casando á Lorenzo y á Lucía: ellos se hubieran ausentado, como ya era su plan; y sin riesgos ni compromiso hubierais evitado una multitud de males; y áun sin estos, ¿cómo no os acordasteis de que teniais un superior, el cual, así como tiene la autoridad de reconveniros por haber faltado á vuestra obligacion, tenía tambien la de ayudaros á cumplir con ella? ¿Cómo no os ocurrió que podiais informar á vuestro prelado del obstáculo que una infame violencia oponia al ejercio de vuestro ministerio?

«Ese era el parecer de Perpetua,» decia para sí con enfado D. Abundo, el cual, éun cntre aquellos discursos, lo que más vivamente ocupaba su imaginacion eran los bravos, y el pensar que D. Rodrigo estaba vivo y sano, y que presto 6 tarde volveria triunfante y furioso; y aunque la dignidad del Arzobispo, su presencia y sus palabra3 le causaban confusion y temor, era sin embargo un temor que no le dominaba del todo, ni le impedia discurrir allá á su manera, ocurriéndole sobre todo el pensamiento de que por fin las armas del Cardenal no eran ni bravos, ni escopetas, ni puñales.

—¿Cómo no os ocurrió-continuó el Cardenal-que en el caso extremo de que aquellos infelices perseguidos no hubiesen encontrado otro refugio, aún quedaba yo para acogerlos y librarlos, si me los hubieseis enviado, y pcr lo que á vos toca, yo os hubiera protegido y hubiera cuidado de que nadie os llegase al pelo de la ropa? ¿Y creeis que ese hombre atrevido no se hubiera moderado, sabiendo que no se ignoraban sus tramas, que yo mismo tenía noticia de ellas, y que estaba resuello á emplear todos los medios posibles para defenderos y ampararos? Debiais tambien tener presente que la iniquidad no se funda sólo en sus