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fuerzas, sino tambien en la eredulídad y cobardía ajena.

«¡Las mismas, mismísimas razones de Perpetua!» continuaba diciendo para sí D. Abundo, sın reflexionar que aquella conformidad de opinion entre su criada y el cardenal Borromeo, con respecto á lo que hubiera debido y podido hacer, probaba mucho contra él.

—Sin embargo,-concluyó el Cardenal,-como no quisisteis considerar sino vuestro propio peligro, no es extraño que os pareciese tan grande que os hiciese olvidar todo lo demas.

—Y cómo no, señor ilustrísimo (se le escapó á D. Abundo), cuando yo ví aquellas caras y of aquellas palabras? Usía ilustrisima habla muy bien; pero era necesario haberse hallado en lugar de un pobre cura, y haberse visto en el mismo conflicto.

Apénas pronunció D. Abundo estas palabras, se mordió los labios, conociendo que se habia dejado llevar demasiado de su despecho, y dijo para sí: «¡Ahora será ello!» pero levantando con duda los ojos, quedó admirado al ver el aspecto de aquel varon, á quien nunca podia comprender, pasar de la gravedad de reprensor á la de persona reflexiva y compungida.

—-Por desgracia es tal-dijo el Arzobispo-nuestra miserable y terrible condicion, que nos vemos en la necesidad de exigir rigurosamente de los demas lo que Dios sabe si nosotros estariamos dispuestos á hacer! Es de nuestra obligacion juzgar, corregir y reprender, y sabe Dios lo que haríamos nosolros en semejantes casos. Pero jay de mí, si hubiera de tomar mi debilidad por norma de la obligacion de los demas, y por medida de mi enseñanza! Harto cierto es que con la doctrina debo acompañar el ejemplo, y no asemejarme al fariseo que impone al prójimo pesos que él mismo ni siquiera se atreve á tocar con el dedo.

A hora, pues, hijo y hermano mio, puesto que las faltas de los que presiden suelen á veces ser conocidas más bien de los olros que de ellos mismos, si salbeis que yo por pusilanimidad, 6 por cualquiera otro respeto humano, haya faltado alguna vez al cumplimiento de mis deberes, decídmelo con franqueza. Manifestadme libremente mi debilidad, y entónces adquirirán más fuerza las palabras que salgan de mi boca, porque conocereis que no son mias, sino de quien puede darnos á vos y á mí la fuerza necesaria para hacer lo que ellas preseriben.

«¡Qué hombre tan santo, pero capaz de atribular á una roca! decia en su corazon D. Abundo. ¡Ni á si mismo se per-