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dona!»-Es posible,-prosiguió luégo en alta voz,-es posible, ilustrísimo señor?... ¿Quién no conoce la firmeza de su ánimo, y su impertérrito celo? «;Así no fuera tanto!»

añadió entre sf.

— No os pedia yo alabanzas que me mortifican,-dijo el Cardenal,-porque Dios sabe mis faltas, y para mi confusion sobra con las que yo mismo me reconczco; pero mi ánimo era que nos confundiésemos juntos delante de Dios para que juntos tambien confiásemos en su misericordia.

Quisiera por vos mismo que conocieseis vuestro error, y os penetraseis de la diferencia que hay entre vuestro lenguaje y la ley que predicais, y por la cual sereis juzgado.

—Todo cae sobre mí,-dijo D. Abundo;-pero no sé cómo las personas que han venido chismeando no han dicho tambien que se introdujeron á traicion en mi casa para sorprenderme y obligarme á bacer un casamiento contra las reglas prescritas.

—Tambien lo han dicho,-replicó el Cardenal;-y esto es lo que aumenta mi afliccion, y sobre todo el ver que trateis de disculparos acusando, y que alegueis por disculpa lo que agrava vuestra falta. Quién puso á aquellos infelices, no diré en la necesidad, pero sí en la tentacion de hacer lo que hicieron? ¿Hubieran por ventura buscado aquel medio irregular, si no se les hubiese impedido el legitimo? ¿Hubieran pensado en engañar al pastor, si éste los hubiese acogido en sus brazos, y los hubiese ayudado con sus consejos? Y os atreveis á hacerles un cargo de esta conducta? ¿Y qué ventajas os hubieran resultado de que guardaran silencio? ¿0s tenía por ventura cuenta el que vuestra causa se presentase iniegrante al tribunal de Dios? ¿No es un nuevo motivo para que los ameis el que os hayan propocionado la ocasion de oir la voz de vuestro pastor, ofreciéndoos así un medio para conocer mejor y descontar en parte la gran deuda que contrajisteis con los? Aunque os hubiesen provocado, ofendido, insultado, os diria yo (y debia deciroslo) que los amaseis; ¿con cuánta más razon debeis hacerlo, porque han padecido, porque 8on vuestras ovejas, porque son débiles, porque necesitais de perdon, y no debeis ignorar cuánto pueden contribuir sus oraciones á conseguirlo? Callaba D. Abundo, pero no era ya su silencio un silencio tal que indicase obstinacion y fastidio, sino que callaba como quien tiene muchas cosas en que pensar, y nada sabe que decir. Las palabras que oia eran consecuencias inespe-