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modo tan lamentable. Recobremos el tiempo perdido: la media noche se acerca; conduzcámonos de tal manera que el esposo, que ya no puede tardar, nos encuentre con la lámpara encendida. Presentomos á Dios nuestros corazo· nes tristes y vacíos, para que se digne llenarlos de aquella caridad que enmienda lo pasado, asegura lo porvenir, teme y se alegra, y que en todos los casos se convierle en aquella virtud de que tanto necesitamos.

Dicho esto, salió el Cardenal, siguiéndole D. Abundo.

Aquí nos previene el autor anónimo del manuscrito ya eitado que no fué esta la sola conferencia que tuvieron estos dos personajes, ni Lucia la única materia de sus discursos; pero que él se ha limitado á esta sola para no apartarse demasiado de su historia. Por la misma razon sin duda no referiria otras muchas cosas notables, dichas y hechas por el cardenal Federico Borromeo en lodo el discurso de aquella visita, ni hablaria de sus larguczas, ni de antiguos rencores extinguidos, desavenencias aplacadas entre personas y familias, y. áun entre pueblos y pueblos, desavenencias harto frecuentes en aquellos infelices tiempos, ni de varios bravos, ni de algunos pequeños tiranos convertidos para siempre, 6 por algun tiempo; cosas todas de que no faltaba poco 6 mucho en cada parte de la diócesis donde se trasladaba aquel ilustre y célebre prelado.

Sigue luégo diciendo como la mañana siguiente vino doña Práxedes, segun lo acordado, á llevarse á Lucía, y cumplimentar al Arzobispo, quien le hizo el elogio de la jóven, recomendándosela con el mayor empeño. Separóse Lucía de su madre con lágrimas, como es de inferir; sa!ió de su casita, y dijo adins por segunda vez á su pueblo con aquel doble sentimiento y amargura que se experimenta al dejar un paraje amado, y que ya no puede serlo; pero la despedida de la madre no era la última, pues doña Práxedes dió á entender que permaneceria todavía algunos dias en su quinta quve no est:iba muy léjos, é Inés prome hija que iria á verla, para darla y recibir de ella otro adios más penoso.

Ya estaba tambien para marcharse el Cardenal y pasar á otra parroquia, cuando llegó y pidió hablarle el Cura párroco de aquella á que pertenecia el caballero del castillo. Introducido, le present6 un cucurucho de monedas y una carla del mismo caballero, en la cual le suplicaba que hiciese pasar á manos de la madre de Lucia cien escudos de oro para dote de la muchacha, ó para el uso que á su