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las dos tuviesen por más conveniente. Suplicábale asimismo que les dijese que si en alguna ocasion juzgasen que podia serles útil, ya la jóven sabía demasiado su morada, y.que miraria la coyuntura de poderlas servir como uno de los acontecimientos más felices de su vida.

El Cardenal mandó llamar inmediatamente á Inés, la informó de su comision, que la buena mujer oyó con sorpresa y gusto, y le presentó el cucurucho, que Inés sin cumplimientos se dejó meter en la mano, diciendo:

—jDios se lo pague á ese señor! Sirvase usía ilustrisima darle muchas, muchisimas gracias, sin decirselo á persona alguna, porque este es un país... usia ilustrisima me perdone: yo bien sé que una persona de su carácter no va á charlar estas cosas; pero... ya me entiende.

Tomó Inés paso á paso el camino de su casa; encerróse en un cuarto, desenvolvió el papel, y aunque prevenida, vió con admiracion tantas de aquellas monedas, de las cuales quizá nunca habia visto sino una á la vez, v áun eso con no mucha frecuencia. Las contó, trabajó bastante para reunirlas otra vez y colocarlas todas de canto con igualdad, pues á cada paso hacian panza y se le escurrian entre sus inexpertos dedos, hasta que por fin consiguió hacer un rollo, que envolvió en un trapo, formando un envoltorio.

Atóle muy bien dándole vueltas con un cordelito, y lo escondió en una punta de su jergon. En todo el resto de aquel dia no hizo sino cavilar, formar proyectos, y desear que llegase el siguiente. Metida en la cama, estuvo mucho tiempo sin dormir con el pensamiento puesto en sus cien escudos que tenia debajo: dormıda los vió en sueños, y al amanecer se levantó poniéndose en camino para la quinta en donde se hallaba Lucia.

Esta, por su parte, aunque en nada se habia disminuido su gran resistencia en hablar del voto, se habia, sin embargo, decidido á violentarse para descubrirse á su madre en aquella entrevista que por largo tiempo debia ser la última.

Apénas se hallaron solas, Inés, con cara muy animada, y al mismo tiempo un tono de voz muy bajo, como si se hubiese hallado presente persona de quien no quisiese ser oida, empezó de esta manera:

—iQué gran novedad tengo que contarte, hija mia! Y continuó refiriendo la inesperada ventura.

—iDios bendigd á aquel señor!-dijo Lucia:-de este modo podrá usted, madre mia, vivir con descanso, y áun hacer bien á otros.