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-¡Cómo!-contestó Inés:-ino sabes tú cuántas cosas podemos hacer con tanto dinero! Oye: yo no tengo sino á ti, 6, por mejor decir, sino á vosotros dos, porque á Lorenzo, desde que puso los ojos en tí, le he mirado siempre como á hijo mio. Todo está en que no le haya sucedido alguna desgracia, porque es muy raro el que no dé señal alguna de vivir; ¿pero qué, han de ponérsenos tan mal todas las cosas? yo espero que no. Por mi parte siempre fueron mis deseos dejar mis huesos en mi tierra; pero puesto que no puedes vivir en ella por aquel bribon, que con sólo pensar que le tenemos por vecino no puedo ménos de estremecerme, ya me disgusta mi pais; además de que yo con vosotros me Lallo bien en todas partes. Desde entónces estaba decidida á ir en vuestra compañia hasta el fin del mundo; pero sin dinero ¿cómo fuera posible? ¿Me comprendes ahora? Aquellos pocos cuartejos que el pobrecillo habia conseguido ahorrar, vino la justicia, y volaron; pero en recompensa el Señor nos ha enviado esta fortuna. En cuanto Lorenzo encuentre medio de informarnos și es vivo 6 muerto, dónde está, y cuáles son sus intenciones, al instante voy por tí á Milan; sí, yo misma. En otro tiempo me hubiera mirado en ello; pero las desgracias hacen que las gentes despierlen y aprendan: yo ya he ido hasta Monza, y sé lo que es viajar. Busco un hombre seguro, un pariente, como, por ejemplo, Alejo, que vive en Magránico, porque á la verdad en el lugar ninguno hay á propósito, y me voy con él... El gasto lo haremos nosotras, y santas pascuas...

{Me comprendes? Pero viendo que Lucía, en lugar de alegrarse, se mantenia mustia y como pensativa, interrumpió la historia de su proyecto, diciendo:

—¿Qus es lo que tienes? ¿No te parece bien?

—jAy, querida madre!-exclamó Lucía, echándole los brazos al cuello, y dejando caer sobre su seno la cara bañada en lágrimas.

—iQué es eso?-preguntó de nuevo Inés con ánsia.

—Debia habéroslo dicho ántes,-dijo Lucía, levantando la cabeza y serenando el rostro;-pero no he tenido valor para ello: perdonadme.

—Pero qué hay? dilo presto.

—Que ya no puedo ser esposa de aquel desgraciado.

Cómo es eso? Lucía, con la cabeza baja, el corazon angustiado y eayéndosele las lágrimas sin llorar, como quien cuenta una cosa que, aunque sea un infortunio, no tiene remedio, reveló lo