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del voto: y juntando las manos, pidió de nuevo perdon á su madre por habérselo callado hasta entónces: la suplicó que no lo descubriese á nadie y que la asistiese para cumplir lo ofrecido.

Alónita y consternada Inés, quisiera enfadarse por haber guardado su hija tal silencio con ella; pero los pensamientos que excitaba la gravedad del caso, ahogaban aquel disgusto personal: sus deseos eran reprobar el hecho; pero le parecia que era habérselas con el cielo, tanto más, cuanto Lucía no cesaba de describir la fatal noche del castillo, su desolacion y su inesperada libertad, entre cuyos acontecimientos formó tan expresamente y con tanta 80- lemnidad aquel voto: y al mismo tiempo se.presentaban á su memoria varios ejemplos que mil veces le habian contado, y ella repe'ido á su hija, de castigos extraños y terribles por la violacion de algun voto; de manera que despues de algunos momentos de perplejidad, no supo proferir más palabras que decir:

—Y que será de tí en adelante?

—De mí será-respondió Lucía-lo que el Señor y su santa Madre dispusieren: me he puesto en sus manos, y asi como hasta aquí no me han desamparado, tampoco me abandonarán en lo sucesivo... La gracia que le pido al Seior, la sola gracia, es el que me conceda volver á vuestro lado: sí, me lo concederá; lo espero... ¿Quién diria aquel dia, en aquel coche?... ¡Ah, Virgen santisima!... aquellos hombres... ¿quiéu dijera que me conducirian á casa de la persona que al siguiente dia me babia de llevar á los brazos de mi madre?

—Pero ¿por qué no me abriste tu pecho sin tardanza?- dijo Inés con cierto enojo templado por la compasion y el cariño.

—Perdonadme,-replicó Lucía; - no tuve ánimo para ello. Y además, qué se adelantaba con aligiros con tal anticipacion?

—Y Lorenzo?-dijo Inés meneando la cabeza.

—jAb!-exelamó Lucía estremeciéndose;-ya no me es permitido pensar en aquel infeliz. Dios no queria... No veis cómo parece que nos ha querido tener separados?...

Y quién sabe?... pero Dios le habrá librado de peligros, y hará que sea aún más dichoso sin mf.

—No hay otro ineonveniente que la perpétua promesa que hiciste al cielo. Por lo demas, á no haber sucedido á Lorenzo alguna desgracia, pronto hubiera yo puesto remedio á todo con el auxilio de este dinero.