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De esta manera los dos aliados ofensivos tuvieron lugar para dar principio con más seguridad á la empresa; Cárlos Manuel entró por su parte en el Monferrato, y D. Gonzalo, muy contento, puso sitio á Casal; pero no eran sus progresos los que se habia prometido, porque en las guerras no siempre son las cosas de color de rosa. Habia tiempo que la corte no le proporcionaba los medios que pedia, y su aliado le servía más de lo que era menester; que es decir, que despues de haberse apoderado de la parte que segun el convenio le correspondia, iba tomando de la que tocaba al rey de España, lo que daba grande enojo á D. Gonzalo; pero temiendo, si metia algun ruido, que el duque de Saboya, tan activo en los manejos como versatil en sus tratados y valiente en la campaña, se volviese á Francia, se veia precisado á cerrar los ojos, á tascarel freno y á poner buena cara. Por otra parte, el sitio iba mal, tanto por el valor, tino y constancia de los sitiados, como por la poca gente que tenia el sitiador, y segun algunos historiadores, por sus desaciertos; pero acerca de este punto nosotros dejamos la verdad en su lugar, porque, aunque esto fuese cierto, nos inclinamos á mirar la cosa excelente, si de ella resultó que hubiese menor número de muerlos y mutilados, y algo minos destrozadas las tejas de Casal. Como en este estado de cosas tuviese aviso de la ocurrencia de Milan, pasó inmediatamente á esta capital.

Allí, en la relacion que le presentaron, se hizo mencion de la fuga ruidosa de Lorenzo, de los hechos verdaderos y supuestos que motivaron su prision, y de su emigracion á territorio de Bérgamo. Esta última circunstancia llamó su atencion. Tenia D. Gonzalo noticia de que el allboroto de Milan habia alentado al Gobierno de Venecia, en donde se creyó al principio que este acontecimienlo le obligaria á levantar el sitio de Casal, y como todavía allí se le sup0- nia cabizbajo, tanto más cuanto en seguida de aquel suceso habia llegado la noticia de la rendicion de la Rochela, noticia tan deseada por los venecianos y tan temida por D. Gonzalo, sintiendo éste que, como hombre y como político, se le tuviese en semejante concepto, buscaba una ocasion oportuna para desengañarlos y darles á entender por induccion qne nada habia perdido de su antigua altivez, porque el decir explicitamenle «no tengo miedo,» es lo mismo que no decir nada; juzgó, pues, que el medio más seguro para ello era el de mostrarse irritado, dar quejas y hacer reclamaciones, por lo cual, habiéndose presentado el residente de Venecia á cumplimentar y explorar al mis-