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prender. Tres 6 cuatro veces le obligó á leer la carla, ya comprendiéndola mejor, ya pareciéndole más oscuro lo que ántes le habia parecido más claro. En tal fiebre de pasiones, quiso que el secretario echase mano de la pluma al momento y contestase. Despues de las expresiones más fuertes de lerror y compasion por los sucesos de Lucía, proseguia diciendo: «Escribid, que no quiero resignarme, ni me resignaré nunca; que estos no son consejos que deben darse á un hombre como yo; que el dinero no lo tocaré; que lo guardo y lo tendré en depósito para el dote de la que ha de ser mia; que yo no entiendo de promesas; que siempre he oido decir que la Virgen se ocupa en favorecer á los afligidos y en obtener gracias, pero que trate de desesperar y de hacer faltar á lo prometido jamás lo of; que eso no puede ser, y que con este dinero hemos de poner casa aquí; y que si ahora estoy algo apurado, es una borrasca que pasará presto.» Y otras cosas senmejantes. Recibió Inés esta carta, hizo contestar, y la correspondencia continuó del modo que hemos dicho.

Lueía, despues que su madre pudo hacerle saber, no sé por qué conducto, que Lorenzo estaba vivo y sano é impuesto de todo, experimentó no poco consuelo, y ya sólo deseaba que se olvidase de ella, 6, por decir verdad. que pensase en olvidarla. Ella por su parte hacía cien veces al dia el mismo propósito con respecto á Lorenzo, y adoptaba todos los medios posilbles para realizarlo. Estaba continuamente trabajando; procuraba no distraer el ánimo un instante de su labor, y cuando se le presentaba á la mente la imágen de Lorenzo, rezaba ó cantaba oraciones; pero aquella imágen, como si tuviera malicia, no se presentaba así descubiertamente, sino que se introducia á hurtadillas entre otras diversas, d modo que la imaginacion no lo advertia sino despues de algun tiempo. Los esfuerzos de Lucía para separarle enteramente de la memoria hubieran surtido hasta cierto punto su efecto, si doña Práxedes, empeñada por su parte en hacérsele olvidar, hubiese encontrado otro medio mejor para el caso que el de acordársele sin cesar, diciéndola muy á menudo.

¿En qué piensas? ¿En el novio, eh?

—Yo en nada pienso,-contestaba Lucía.

Con esta respuesta no se daba por satisfecha doña Práxedes, sino que proseguia diciendo:

—Obras, hija mia, son amores, y no buenas razones.

Y se extendia luégo invectivando la costumbre de las jóvenes, las cuales, decia ella, cuando han puesto su cora-