Página:Los novios. Historia milanesa del siglo XVI (1880).pdf/372

De Wikisource, la biblioteca libre.
Esta página no ha sido corregida
— 360 —

zon en un mala cabeza, á lo que propenden generalmente todas, no saben desecharlo. Tratándose de un hombre de bien y honrado, que por algun contratiempo haya venido á ménos, al momento se resignan: pero un calavera es llaga incurable; y aquí empezaba el panegírico del pobre ausente, del picaron que se metió en Milan para ponerlo todo á sangre y fuego, y queria por fuerza que Lucía confesase las bribonadas, que, segun ella, debia haber hecho Lorenzo tambien en su pueblo.

Lucía, con voz trémula por la vergüenza y el dolor, y con la indignacion de que era capaz en su carácter dulce y su humilde estado, aseveraba y protestaba que en su tierra aquel infeliz jamás habia dado que decir, y añadia que hubiera querido que se hallase allí alguno de su pueblo para confirmar esia verdad.

Aun con respecto á los acontecimientos de Milan, de cuyos pormenores no podia dar razon, le defendia sólo :

por el conocimiento que desde su niñez tenía de su conducta: y lo defendia ó se proponia defenderle por pura obligacion de caridad, por amor á la verdad y como prójimo, que era la fórmula con que se explicaba á sí misma el interes que la movia á defenderle; pero de semejante apología sacaba doña Práxedes nuevos argumentos para convencer á Lucía que su corazon estaba todavía por él, y á la verdad no sé si sería cierto en aquellos momentos, porque la infame pintura que de Lorenzo hacía la vieja, despertaba por oposicion con más fuerza que nunca en la mente de Lucía la idea que habia concebido con tan largo trato. Las memorias sofocadas con violencia se desarrollaban á porfia la aversion y el desprecio renovaban tantos motivos antiguos de aprecio y simpatía, y el odio ciego y violento de doña Práxedes excitaba con más fuerza su compasion. Como quiera que sea, los discursos por parte de Lucía nunca eran muy largos, porque las palabras no tardaban en convertirse en lágrimas y suspiros.

Si doña Práxedes la hubiese tratado de aquella manera por odio inveterado que conservase contra ella, quizá aquel'as lágrimas la hubieran enternecido y acallado; pero como hablaba con buena intencion, continuaba adelante sin dejarse vencer, así como los gemidos y las dolientes súplicas pueden muy bien contener el arma de un enemigo, pero jamás el hierro de un cirujano. Suponiendo doña Práxedes haber llenado así su deber, pasaba de ias reconvenciones y cargos á las amonestaciones y consejos, interpolados con alguna alabanza para templar el agrio con el i