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dulce, y conseguir mejor su intento. Es verdad que por todos estos sermones, que siempre se reducian á una misma cosa, ninguna aversion quedaba á Lucía contra su eterna misionera, que por otra parte la trataba con mucha humanidad; pero sí le quedaba tal tumulto de exaltacion de pensamientos, que necesitaba luégo mucho tiempo y trabajo para volver á su antigua calma.

Por fortuna para Lucía, no era ella la sola á quien tenfa que hacer bien á su manera doña Práxedes; por lo que los sermones no podian ser muy frecuentes. Además del resto de la familia, cuyos cerebros necesitaban todos más ó ménos compostura; además de las muchas ocasiones que se le presentaban, ó que ella misma buscaba de emplear los mismos buenos oficios con personas á las cuales de nada era deudora, tenía cinco hijas, y aunque ninguna vivia con ella, le daban más que hacer que si las hubiese tenido en casa. Tres eran monjas, y dos casadas; así que doña Práxedes tenía naturalmente que dirigir tres conventos y dos casas, además de la suya; emprcsa vasta y complicada, y tanto más ardua, cuanto que dos maridos apadrinados por sus padres, madres y hermanos, y tres abadesas sosleni - das por otras dignidades y muchas monjas, se negaban á aceptar su superintendencia.

Era una guerra, ó por mejor decir, cinco guerras, que aunque disimuladas y politicas, no dejaban de ser continuas y activas, pues en cada uno de aquellos puntos se ponia el mayor empeño en evitar sus cuidados, en cerrar el oido á sus dietámenes, en eludir sus preguntas, y en dejarla á oscuras de todos los negocios. No hablaré de las disputas y contradicciones que encontraba en el manejo de otros negocios más extraños; porque se sabe que á los hombres las más de las veces es necesario hacerles el bien por fuerza; pero en su casa ejercitaba mejor su celo, porque allí todos estaban sujetos enteramente á su autoridad, menos D. Ferrante, con el cual las cosas andaban de otra manera.

Como hombre dedicado á las letras, no queria ni mandar ni obedecer. Enhorabuena que en todas las cosas de casa fuese su señora el ama absoluta; pero él no se conformaba con estar sumiso; y si solicitado, le prestaba en ciertos casos el oficio de su pluma, era por ser asunto de su aficion; sin embargo, áun sabía negarse á ésto, cuando no estaba en sus ideas lo que su esposa le pedia que escribiese. «Componeos como podais, le decia entónces, pues que la cosa os parece tan clara.» Despues de haber