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consiguiente, tenía en sus estantes un lugar preferente para los autores de política, entre los cuales sobresalian Bodino, Cavalcanti, Sansovino, Paruta y Bocalini; pero dos eran los que D. Ferrante preferia á todos en semejante materia, á saber: el Príncipe y los Discursos del célebre secretario florentino (1), á quien llamaba bribon, pero profundo, y la Razon de Estado del no ménos célebre Juan Botero. Pero poco ántes del tiem.po á que se refiere esta historia salió á luz el libro que terminó la cuestion del Primado, y en que, segun D. Ferrante, se hallaba sacada la quinta esencia de todas las malicias, para poder conocerlas, y la de todas las virtudes, para poder practicarlas; libro de escaso volúmen, pero todo de oro; en una palabra, el Estadista reinante, de D. Valeriano Castillon, de aquel hombre celebérrimo, que los literatos de más crédito elogiaban sin término, y los más grandes personajes andaban á porfía por quitárselo unos á otros.

Pero si en todas las ciencias citadas podia D. Ferrante considerarse instruido, una habia en que era acreedor al título de maestro, á saber, la ciencia caballeresca. No sólo hablaba de ella con profundo conocimiento, sino que llamado á decidir acerca de puntos de honor, pronunciaba siempre su sentencia con acierto. Tenía en su biblioteca, 6, mejor diríamos, en su cabeza, las obras de los mejores autores en esta materia, como Páris del Pozo, Fausto de Longiano, Urrea, Mucio, Romei, Albergato, el Forno primero y el Forno segundo del famoso Torcuato Tasso, de cuyas obras solia tambien citar con oportunidad algunos pasajes, especialmente los de la Jerusalen libertada; pero, en su concepto, el autor de los autores en esta ciencia era el milanés Francisco Birago, que dió á luz sus discursos caballerescos en tiempo de D. Ferrante, de quien hablaba siempre con particular aprecio, circunstancia que parece haber influido en la opinion del mismo D. Ferrante.

De aqui pasa el anónimo tantas veces citado á las bellas letras; pero nosotros ya empezamos á dudar de s: nuestros lectores tendrán mucha gana de proseguir con semejante reseña, ántes, á decir verdad, vamos creyendo habernos granjeado el título de copista servil, y el de fastidioso á medias con el anónimo, por haberlo seguido hasta aquí en cosa tan ajena del asunto principal, y en la que probablemente se extendió tan sólo por hacer alarde de doctrina y manifestar que estaba al nivel de las luces de su siglo.

(1) Maquiavelo.