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por los primeros aquellos calculados socorros, volvian á implorar otros. En muchas partes, no olvidadas y sólo pospuestas como ménos necesiladas, porque la caridad se veia en la dura precision de tener que elegir, llegaban las angustias á ser mortales, y miéntras en tres puntos de la ciudad eran socorridos y sacados de los brazos de la muerte los más inmediatos á sufrirla, en otras cien partes penaban otros, y áun perecian sin encontrar recurso ni refrigerio.

En todo el dia no se oia por las cal!es sino un murmullo confuso de súplicas y lamentos, y por las noches poblaba el aire un clamor continuado de quejas y gemidos, interrumpido de cuando en cuando por repentinas exclamaciones de dolor, y por lastimeras invocaciones, que terminaban en agudos gritos.

Es cosa digna de notarse que, en tanta calamidad, en tanta variedad de quejas, ni una tentativa, ni una palabra hubo de tumulto; sin embargo, entre los que morian y los que vivian de aquella manera, se hallaban muchos cuya educacion no habia sido de las que enseñan á padecer. Hebíalos tambien á centenares de los alborotadores del dia de San Martin. Ni es de creer que el ejemplo de los cuatro infelices que pagaron por todos fuese bastante á contenerlos. ¿Qué fuerza podia tener, no la presencia, sino la memoria de los suplicios, en los ánimos de una muchedumbre vagabunda y reunida, que se veia condenada á un suplicio lento y horroroso? Pero tales somos los hombres en general, que indignados y furiosos nos rebelamos contra los ' males leves, y nos sometemos sin chistar á los graves, to- ( lerando, no resignados sino abalidos, lo que al principio llamábamos insoportable.

El vacio que cada dia dejaba la muerte en aquella deplorable turba, se llenaba con aumento al siguiente. Era una concurrencia incesante, primero de los pueblos inmediatos, luégo del I'ucado entero, despues de las ciudades del Estado, y últimamente de otras várias. Entretanto, no dejaban tambien de salir cada dia de Milan muehos de sus antiguos moradores, unos para huir de la vista de tantasplagas, y otros porque viendo que nuevos.concurrentes iban á disputarles las limosnas, se aventuraban á hacer la última y desesperada prueba de ir á mendigar socorros á otra cualquiera parte en donde no fuese tan numerosa ni tan ejeculiva la concurrencia, ni la emulacion de pedir.

Encontrábanse en el camino los que iban con los que venian, y eran objeto recíproco de espanto, y de triste pre-