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de aquella esclavitud, el deseo de volver á los antiguos hábitos, el dolor por amigos y parientes perdidos, la memoria de otros ausentes, la repugnancia y aversion reciproca, con otras pasiones de abatimiento 6 de rabia, llevadas 6 nacidas en aquel recinto. Añádase además la aprension y el cuadro continuo de la muerte que tantas causas ocasionaban, siendo ella misma otra nueva y la más poderosa de todas.

Y no debe causar admiracion que la mortandad creciese y reinase allí en tanto grado, que adquiriese la apariencia, y por algunos el nombre de peste, bien fuese porque la reunion y el aumento de todas aquellas causas aumentasen tambien la actividad de una influencia puramente epidémica, bien fuese (como parece que suele suceder en carestías ménos grandes y prolongadas que aquella) porque hubiese un verdadero contagio, el cual en los cuerpos predispuestos por la inercia y la mala calidad de los allmentos, la intemperie, el desaseo y las penalidades, encontrase la estacion adecuada y las condiciones necesarias para nacer, nutrirse y multiplicarse (si es permitido á un ignorante usar de estas palabras, siguiendo la hipótesis propuesta por algunos fisicos, y sostenida de nuevo con muchas razones y gran moderacion por un escritor no ménos sabio que ingenioso) (1), bien fuese porque el contagio se desarrollase ántes en el mismo Lazareto, como parece, segun una oscura é inexacta relacion, que opinaron los médicos de sanidad, 6 bien fuese porque existiese ántes y encubierto se fomentase (lo que parece más verosímil, si se reflexiona cuán antiguo y extenso éra el mal y frecuentes las muertes) y llevado al Lazareto, se propagase allf con una nueva ý espantosa rapidez por la aglomeracion de los cuerpos, todavía más predispuestos á recibirlo, á consecuencia de la eficacia que aumentaban las demas causas; de todos modos, cualquiera que de estas conjeturas sea la verdadera, el número diario de los fallecidos pasaba de ciento.

Miéntras allf todo era angustia, penas, lamentos, ira y consternacion, reinaba en la junta de provisiones la vergüenza, el aturdimiento y la incertidumbre. Se consultó á la junta de Sanidad, y oido su dictámen, no quedó otro partido que tomar, sino el de deshacer lo que se hizo con tanto aparato, tantos gastos y tantas incomodidades.

(1) Del morbo petequiat, y otros contagios en general.-(Obra del Dr. A. Enrique Acerbi.)