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| das de gente, que se decia que con el peso y la furia del viento estaban expuestas á zozobrar á cada instante. Para ir léjos y fuera del camino que debia de tomar la tropa, no era posible hallar ni carruaje, ni otro medio alguno. A pié D. Abundo no hubiera podido llegar muy léjos, y además temia que le alcanzasen en el camino. La frontera del territorio de Bérgamo no estaba tan distante que sus piernas no lo pudiesen llevar allá de un tiron; pero ya habia corrido la voz de haberse despachado de Bérgamo á marchas forzadas un escuadron de Capeletes (1) que contuviesen á los Lanziquenescos, é htciese respetar la frontera; además que aquellos eran diablos en carne humana, iguales 6 peores que éstos. Atolondrado el pobre hombre, corria por la casa detras de Perpetua para concertar con ella algun arbitrio; pero Perpetua, ocupada en recoger lo mejor de la casa y ocultarlo en escondrijos y agujeros, pasaba de prisa preocupada y afanosa con las manos y los brazos ocupados, y contesiaba:

—Ahora, ahora, en cuanto acabe de esconder estas cosas, y luégo haremos tambien nosotros lo que hagan los demas.

D. Abundo, sin embargo, queria detenerla para deliberar con ella acerca de los diferentes partidos que pudieran tomarse; pero Perpetua, entre la fatiga, la prisa, el miedo y la pesadez del amo, estaba más intralable que nunca. «Si los otros se ingenian, decia, nosotros tambien nos ingeniaremos; perdonad, pero de nada servís sino para empantanarme. ¿Creeis que los otros no tienen tambien su peliejo que guardar? ¿Vienen acaso los soldados á haceros la guerra á vos solo? Bien pudierais echar aquí una mano en lugar de venir á metérseme entre los piés, gimoteando, á estorbar, en una palabra.» Con estas y otras semejantes respuestas se desembarazaba de él, estando ya resuelta, en cuanto concluyese aquella tumultuosa maniobra, á cogerle de un brazo como un muchacho, y arrastrarle á una sierra. Dejado solo, se asomaba á la ventana, miraba, aplicaba el oido, y viendo pasar alguno, le gritaba con una voz entre llorona y gri á tu cura párroco algun caballo, una mula, un borrico. ¿Es posible que nadie me quiera socorrer? ¡Qué gente! aguardadme á lo ménos que me vaya con vosotros. ¿Querreis dejarme entre las uñas de esos perros? ¿No sabeis que casi todos son luteranos, y es una obra meritoria para ellos el dora: «Oyes, ten la caridad de buscarle (1) Asi llamaban á los soldados de la república de Venecia.