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principal de su irresolucion, por haber oido decir que en los paises invadidos los que tenian dinero lo pasaban peor que los otros, pues se hallaban expuestos á las violencias de los extranjeros, y á las insidias de algunos malos vecinos. Es cierto que acerca de aquella fortuna que tan prodigiosamerte le deparó el cielo, con nadie habia hablado palabra, á excepcion de D. Abundo, á quien iba de cuando en cuando á cambiar un escudo, dejándole siempre algo para los que eran más pobres que ella. El dinero oculto, especialmente para el que no eslá acostumbrado á manejar cantidades, tiene al poseedor en una continua zozobra:

miéntras, pues, Inés iba escondiendo por aquí, por allf, del mejor modo posible lo que no podia llevarse, y tenía puesto el pensamiento en sus escudos que llevaba cosidos en la cotilla, se acordó de que cuando se los envió el caballero, los acompañó con grandes ofrecimientos. Acordóse igualmente de lo que habia oido contar de su castillo, situado en paraje tan seguro, que, no queriendo su amo, apénas podian ir los pájaros, y resolvió buscar allí un asilo. Meditando sobre el modo como podia darse á conocer en el castillo, se acordó de D. Abundo, quien despues del consabido coloquio con el Arzobispo, la habia mirado siempre con benevolencia, y tanto más de corazon, cuanto podia hacerlo sin comprometerse, porque estando léjos Lorenzo y Lucía, estaba tambien distante el caso de que se le pidiese una cosa que pudiera hacer vacilar su benevolencia. Supuso que en aquella consternacion estaria el buen hombre más apurado y aturdido que ella, y que el partido podia parecerle excelente; por lo tanto iba á proponérselo, y habiéndole encontrado con Perpetua, se lo propuso á entrambos.

—¿Qué te parece, Perpetua?-preguntó D. Abundo.

—Digo que es una inspiracion del cielo, y que no conviene perder tiempo sino tomar el camino al instante.

—Y luégo?

—Y luégo que estemos allí, nos hallaremos muy contentos. Ahora ya se sabe que aquel caballero no piensa sino en bacer bien al prójimo; de consiguente nos admitirá muy gustoso. Estando lan cerca de la frontera y en tanta altura, no irán sin duda á buscarnos los soldados. Allí encontraremos tambien que comer, pues en la sierra, concluida esta poca gracia de Dios (diciendo esto la iba colocando en el cuévano encima de la ropa blanca), lo hubiéramos pasado muy mal.

—įSi se habrá convertido de véras?