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-Y tan de véras. ¿Quién puede dudarlo, despues de todo lo que se sabe, y que vos mismo habeis visto?

—¿Y si caemos en la ratonera?

—iQué ratonera! Con estas cavilaciones (perdóneme usted) jamás saldremos del paso. Amiga Inés, ha tenido usted la ocurrencia más feliz del mundo.

Y puesto su cuévano sobre la mesa se le echó á las espaldas.

—No podríamos buscar algun hombre-dijo D. Abundoque viniese con nosotros para escoltar á su cura? Si por casualidad encontrásemos algun bribon de los muchos que andan por ahí, ¿de qué me serviriais vosotras?

—iVaya otra para perder más tiempo!-exclamó Perpetua.-Y dónde está el que nos ha de acompañar? Todos tienen mucho que hacer para guardarse á sí mismos. Ea, vaya usted á tomar su breviario y su sombrero, y vámonos.

Fuése D. Abundo; volvió al instante con su breviario debajo del brazo, su sombrero en la cabeza, y su baston en la mano, y los tres salieron por un posligo que caia á la plazuela de la iglesia Cerróle Perpetua, más bien por formalidad que porque creyese que de algo servia aquella frágil tabla, y se metió la llave en el bolsillo. Al pasar don Abundo, echó una mirada á la iglesia, y dijo entre dientes:

«A los feligreses les toca guarcarla, porque es para ellos.

Si tienen un poco de cariño á su iglesia, no la dejarán abandonada,'y si no lo tienen, allá se las avengan.»

Tomaron el camino por la campiña callandito, pensando cada una en sus negccios, y mirando alrededor, con especialıdad D. Abundo, por si veian alguna figura sospechosa ó algo que pudiese dar cuidado; pero á nadie encontraban, pues todas las gentes estaban, 6 metidas en sus casas para custodiarlas, ú ocupadas en hacer su maleta, 6 marchando por el camino de la sierra.

Despues de haber D. Abundo suspirado repetidas veces, despues de haber soltado várias inlerjecciones, empezó á charlar largo y tendido. Ya la tomaba con el duque de Nevers, que pudiendo estarse en Francia y vivir allf como un principe con comodidad y sosiego, queria ser duque de de Mantua contra viento y marea; ya con el Emperador, porque debia tener el juicio que les faltaba á los otros, y dejar correr el agua hácia abajo sin tantos puntillos, pues por fin y postre, siempre sería emperador, fuese Juan 6 Pedro duque de Mantua.

Contra quien sobre todo estaba á matar era con el Gober-