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- de pudo. Persiguiólos gran trecho el caballero, hasta que, convencido de que ya no volverian, regresó con su gente al castillo. Al pasar por la aldea librada, es imponderable la alegría, los aplausos y las bendiciones con que fueron recibidos.

En el castillo, entre aquella multitud de gente advenediza y de diferente condicion, costumbres, edad y sexo, no hubo el menor disgusto. El caballero habia puesto guardias en varios puntos, encargadas de evitar cualquier disturbio, lo que ejecutaban con aquel celo y exactitud que empleaban en todas las cosas de que tenian que darle cuenta. Suplicó á los eclesiásticos y otras personas de autoridad que tambien vigilasen. El recorria igualmente el castillo, y procuraba dejarse ver en todas partes, á pesar de que, áum en su ausencia, sólo el acordarse de que vivian en su casa, bastaba para tener á raya á todo el mundo: además de que era toda gente fugitiva, y de consiguiente inclinada en general á la tranquilidad y al sosiego; el pensar en sus casas y sus haciendas, en la suerte de parientes y amigos, expuestos al peligro, y las noticias que venian de fuera, abatiendo los ánimos, conservaban y aumentaban cada vez más semejante disposicion.

Sin embargo, habia tambien personas de genio más vivo y de carácter más firme, que trataban de pasar aquellos dias alegremente. Habian abandonado sus casas por no juzgarse con bastantes fuerzas para defenderlas; pero no por eso gustaban de llorar y suspirar por cosas que no tenian remedio.

Los que tenian dinero bajaban á comer al valle, en donde por las circunstancias se habian establecido hosterías y iabernas provisionales. A los que carecian de medios se les suministraba pan, sopa y vino, además de las mesas que diariamente franqueaba el señor del castillo à los que expresamente habia convidado. De este número era nuestra gente.

Para no comer el pan sin ganarlo, Inés y Perpetua quisieron ser empleadas en las haciendas de tan vasta hospedería, y en esta ocupacion gastaban una gran parte del dia, y el resto en conversar con amigas que habian adquirido y con D. Abundo.

Este nada tenía que hacer; sin embargo, no se fastidiaba, - pues le hacía compañía el miedo. El temor de un asalto ya se le habia pasado, porque por poco que reflexionase sobre esto, debia conocer que no era posible; pero la imágen del paía inmediato, inundado de una y otra parte por tropas;