Página:Los novios. Historia milanesa del siglo XVI (1880).pdf/417

De Wikisource, la biblioteca libre.
Esta página no ha sido corregida
— 405 —

de la frondosa copa de un grande árbol en donde hallaron su refugio.

Parece que nuestros tres viajeros fueron los últimos que se retiraron, porque así lo quiso D. Abundo, pues temia si regresaba al instante á su casa, hallar Lanziquenescos rezagados. Por más que predicó Perpetua, diciendo que cuanto más se tardase se daba mayor ocasion á que los pícaros del pueblo hiciesen lo que no hubiesen hecho los soldados, no hubo remedio; porque cuando se trataba del pellejo, siempre quedaba encima D. Abundo, menos cuando un peligro inminente le hacia perder la cabeza.

El dia señalado para marchar, dispuso el caballero que estuviese pronto en Malanoche un carruaje decente en queiba un surtido de ropa blanca para Inés, á quien llamó aparte á fin de entregarle un cartuchito de escudos con que pudiese reparar el destrozo que encontrase en su casa, á pesar de que poniéndose Inés las manos al pecho, insistia, protestando que le quedaban todavía algur de los primeros.

—¿Cuándo vereis-le preguntó el caballero-á vuestra buena hija? Ya no me queda duda de que rogará al Señor por mí, pues le hice tanto mal. Digale usted que se lo agradezco, y que confió en Dios que sus mismas oraciones serán tambien para ella un manantial de bendicion.

Se empeñó luégo en acompañar al coche á sus tres huéspedes. Hágase cargo el lector de cuán humildes y afectuosas serian las expresiones de gratitud de D. Abundo y los cumplimientos de Perpetua. Salieron por fin, é hicieron segun lo acordado una corta parada en casa del sastre, donde oyeron mil cosas relativas al paso de las tropas, y reducidas, como siempre, á robos, golpes, destrozos y violencias; pero allí por fortuna no se habian visto soldados.

—jAh, señor Cura!-dijo el sastre, ayudando á don Abundo á subir al coche:-en letras de molde han de salir las relaciones de semejante calamidad.

Despues de un corto trecho de camino, empezaron á ver nuestros viajeros, por sus propios ojos, algo de lo que habian oido contar. Viñas destrozadas, más que si las hubiesen alcanzado la piedra y la langosta á un mismo tiempo, cortadas las cepas y arrancadas las estacas, los árboles echados al suelo, y el terreno cubierto de astillas y hojas:

luégo en los pueblos, puertas quemadas, ventanas rotas, paredes derribadas, y en todas partes andrajos é inmundicia. Los tristes habitantes, unos ocupados en limpiar las