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gieron á la higuera; pero ántes de llegar vieron la tierra removida, y los dos á la vez dieron un grito. Llegados, hallaron efectivanmente, en lugar del muerto, la sepultura abierta. aquí á la verdad hubo su poquito de escándalo, porque D. Abundo empezó á tomarla con Perpetua, diciendo que lo habia escondido mal; pero ésta no dejó de volvérselas al cuerpo, y despues de haber gritado mucho uno y otro, se volvieron juntos refunfuñando. En todas partes encontraron poco más ó ménos los mismos destrozos. Mucho tuvieron que trabajar para hacer limpiar y desinficionar la casa; tanto más, cuanto en aquellos dias era dificil encontrar auxilio; y bastante tliempo tuvieron que estar como acampados, componiéndose lo mejor que pudieron, y renovando poco á poco puertas, muebles y utensilios con dinero que les prestó Inés.

Luégo por apéndice aquel desastre fué por algun tiempo semiilero de incomodidades y disgustos; porque Perpetua, á fuerza de preguntar, inquirir y escudriñar, llegó á saber que algunos efectos de su amo, que se creyeron presa de los soldados, estaban intactos en casa de algunos vecinos del pueblo, y mortiticaba sin cesar á D. Abundo, á fin de que hiciese las correspondientes reclamaciones; pero para él no era posible tocar tecla más odiosa, porque estando sus efectos en manos de bribones, esta era justamente la clase de personas con quienes no queria chocar.

—Nada quiero saber de esas cosas,-decia contínuamente.-Cuántas veces he de repetirlo que lo perdido perdido, y que á lo becho pecho? ;Bueno es que me he de ver crucificado porque me han saqueado la casa!

—Si lo digo yo,-contestaba Perpetua,-que usted se dejaria robar los ojos de la cara. Robar á los otros es pecado, pero á usted es pecado no robarle.

—¿Quieres callar y no decir disparates?-replicaba don Abundo.

Perpetua callaba, pero no tan presto; y todo le servia despues de ocasion para volver á la carga, tanto que el pobre bombre se veia en la precision de no abrir la boca, cuando le faltaba alguna cosa de las que necesitaba, porque más de una vez le dijo:

— Vaya usted á buscarla en casa de tal, que la tiene en su poder, y que seguramente no la tendria si no diera con un hombre de estopa.

Otra cosa le inquietaba mucho más, y era el saber que pasaban diariamente soldados rezagados, como sospechó que sucederia, por lo cual estaba en continua zozobra, te-