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llaron pueblos cerrados, otros casi desiertos, y tantes prófugos y acampados 6 diseminados, á que nos parecian salvajes, dice Tadino, llevando babuena en la mano, otros ruda, otros romero, frasquillos de vinagre.» Preguntaron los dos comisie por el número de muertos, y le hallaron horroroso. Vrron enfermos, reconocieron cadáveres, y en todos halrrun las asquerosas y terribles señales de la pestilencia.

Comunicaron inmediatamente tan tristes noticias á la Junta de Sanidad, la cual al recibirlas, que fué el 30 de Octubre, dispuso, dice Tadino, que se estableciesen las boletas de sanidad, para excluir de la ciudad á todas las personas procedentes de los pueblos en que se habia manifestado el contagio, y miéntras se expidió el edicto correspondiente, dió por vía de anticipacion algunas órdenes verbales á los guardas de las puertas.

Los comisionados entretanto dieron apresuradamente aquellas disposiciones que supieron y consideraron mejores, y volvieron con el sentimiento de conocer la insuficiencia de ellas para renmediar y contener un mal ya tan adelantado y extendido.

Llegados á Milan el 14 de Noviembre, informaron de todo en voz y por escrito otra vez á la Junta de Sanidad, y esta los comisionó para que se presentasen al Gobernador general, dándole cuenta del estado de las cosas. Hiciéronlo en efecto, y contestaron: que afligian al Gobernador semejantes noticias, y que al paso que habia manifestado no poco sentimiento, habia respondido que eran más urgentes los negocios de la guerra. Sed velli, graviores Sse curas.

Así se expresa Ripamonti, el cual, además de haber reconocido los documentos de la Junta de Sanidad, tuvo conferencias con Tadino, uno de los encargados del mensaje, que, como se acordarán nuestros lectores, era el segundo por la misma causa, y con igual éxito. A los dos ó tres dias, esto es, el 18 de Noviembre, expidió el Gobernador general un bando en que se mandaban regocijos públicos por el nacimiento del príncipe D. Cárlos, hijo primogénito de Felipe IV, sin sospechar ni tomar en consideracion el peligro que podria resultar de la mucha afluencia de gente en semejantes circunstancias, y todo esto del mismo modo que en los tiempos ordinarios, como si no le hubiesen hablado de cosa alguna. El Gobernador era á la sazon, como hemos dicho ántes, el célebre Ambrosio Espínola, enviado expresamente para animar aquella guerra, enmendar los