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le D. Gonzalo, y por incidencia gobernar el Ducatros tambien por incidencia recordaremos que

os meses despues en aquella misma guerra que hos habia tomado, y no de heridas en el campo alla, sino en su propia cama, de pesares que le cau-

1 las reconvenciones que recibia continuamente de Gobierno. La historia, que ha deplorado su suerte, censurando la ingratitud con que se le trató, y ha descrito con suma prolijidad sus empresas militares y políticas, y alabado su prevision, actividad y constancia, bien hubiera podido indicarnos qué fué lo que hizo cuando la peste amenazaba é invadia una poblacion confiada á sus cuidados, ó por mejor decir, entregada á su discrecion.

Pero lo que disminuye la admiracion de semejante conducta, sin que dejen por eso de quedar en toda su fuerza los cargos que resultan contra él; lo que excita aún mayor asombro es la conducta de la misma poblacion, quiero dede aquella que, libre del contagio, tenía tantos motivos para temerle. Con las noticias que llegaban de los pueblos que lo padecian, y que forman alrededor de la ciudad casi una línea semicircular, sin más distancia en algunos puntos que seis 6 siete leguas, quién creyera que no habia de suscitarse una conmocion general, un movimiento de precauciones bien ó mal entendidas, 6 al ménos una estéril inquietud? Sin embargo, si en algo están acordes las memorias de aquel tiempo, es en que nada de eso hubo.

La carestía del año anterior, las vejaciones de la soldadesca, y las pasiones de ánimo, se consideraron como causa más que suficiente de aquella mortandad. El que en las tertulias, en las tiendas, en las casas se hubiese atrevido á hablar una palabra de peligro; el que hubiese pronunciado la voz peste, hubiera sufrido las mofas de la incredulidad, 6 por mejor decir, la misma ceguedad y pertinacia reinaba en el Senado, en el Consejo de los decuriones (ayuntamiento) y en cada individuo de la magistratura.

Consta que el cardenal Federico Borromeo, en cuanto se tuvo noticia de los primeros casos de enfermedad contagiosa, dirigió una pastoral á los párrocos, encargándoles entre otras cosas que inculcasen á los pueblos la importancia y la obligacion de revelar cualquier accidente de · esta especie, y de entregar las ropas infestadas ó sospechosas, y esta disposicion puede contarse entre sus acciocir, nes dignas de alabanza.

En vano reclamaba la Junta suprema de Sanidad cooperacion y disposiciones, y el cuidado de la Junta misma