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cha de lo que podia ser, y más habiendo muerto á los cuatro dias.

La Junta de Sanidad mandó aislar la casa y la familia, y se quemaron sus vestidos y la cama en que habia muerto en el hospital. A los pocos dias cayeron enfermos de peste dos practicantes que le asistieron, y un buen religioso que le auxilió. La sospecha que se tuvo desde el principio acerca de la naturaleza de su enfermedad, y las precauciones que en su consecuencia se tomaron, contribuyeron á que el mal no hiciese allí más progresos.

Pero el soldado habia dejado fuera una semilla que no tardó en brotar. El primero en quien se cebó fué un cierto Cárlos Colona, tocador de flauta, dueño de la casa en que se habia hospedado el militar. Entónces todos los inquilinos de la misma casa fueron conducidos de órden de la Junta de Sanidad al Lazareto, en donde casi todos enfermaron, y en breve murieron algunos de peste sin género de duda.

En la ciudad, con lo que habia contribuido á ello el trato de estas gentes, los vestidos y ropas que los parientes, los roperos y criados sustrajeron al fuego prescrito por la Junta de Sanidad, y además con lo que entraba diariamente por defecto de las mismas órdenes, el descuido en su ejecucion y la astucia en eludirlas, fué minando el mal y tomando cuerpo lentamente en todo el resto del año y en los primeros meses del siguiente de 1630. De cuando en cuando, ya en uno, ya en otro barrio, era acometida alguna persona, alguna otra moria, y la misma escasez de los casos alejaba la sospecha de la peste, y confirmaba cada vez más á la muchedumbre en su infausta y estúpida confianza de que no habia peste, ni jamás la habia habido. Muchos médicos tambien, siendo meros ecos de la voz popular, que esta vez no era ciertamente la de Dios, se burlaban de los funestos vaticinios y de los avisos amenazadores de pocos, y tenian siempre prontos nombres de enfermedades comunes para calificar los casos de peste á cuya curacion eran llamados, cualesquiera que fuesen los sintomas y las señales que se manifesiasen.

Los avisos de estos accidentes, si llegaban á oídos de la Junta de Sanidad, era siempre tarde, y las más veces con dudas. El miedo de verse aislado y del Lazareto aguzaban el ingenio, á fin de ocultar los enfermos, de sobornar á los sepultureros y á los comisionados de la Junta para recono cer los cadáveres, hasta conseguir, más de una vez por dinero, certificaciones falsas.