Página:Los novios. Historia milanesa del siglo XVI (1880).pdf/427

De Wikisource, la biblioteca libre.
Esta página no ha sido corregida
— 415 —

Y como siempre que la Junta de Sanidad lograba descubrir algun hecho, mandaba quemar la ropa, aislar las casas y enviar las familias al Lazareto, es fácil conocer cuán grande seria contra ella el encono y la murmuracion general de la nobleza, de los comerciantes y de la plebe, por estar persuadidos de que todas eran vejaciones sin causa ni provecho. El odio recaia principalmente sobre el citado Tadino, el senador de Settala, hijo del protomédico, ambos facultativos, y á tal punto legaba la animosidad del público, que no podian pasar por calle 6 plaza alguna sin ser recibidos con insultos, cuando no con piedras. Y á la verdad fué muy singular y digna de memoria la situacion en que se hallaron por espacio de algunos meses estos dos hombres, que viendo aproximarse un azote terrible, y procurando cortenerle, encontraban, sobre las dificultades del negocio, obstáculos de toda clase en la voluntad general, siendo blanco de los improperios de la muchedumbre, que los consideraba como enemigos de la patria.

Este odio se ext convencidos como ellos de la existencia del contagio, aconsejaban precauciones, procurando inspirar á otros su doloroso convencimiento. Los más moderados los tachaban de obstinacion; pero para la mayor parle era una impostura, una trama urdida con el objeto de sacar provecho del terror general.

El protomédico Luis Settala, casi octogenario, era verdaderamente uno de los hombres más respelables de su tiempo. Habia sıdo profesor de Medicina en la universidad de Pavía, y despues de Filosofia moral en la de Milan, autor de muchas obras apreciadas entónces, ilustre, no tanto por habérsele brindado con cátedras de otras universidades, como la de Ingolstad, Pisa, Bolonia y Padua, cuanto por no haber admitido tan honrosos ofrecimientos. A su reputacion como sabio se agregaba la de su vida, y á la admiracion la benevolencia general por su gran caridad en curar y socorrer á los pobres. Sin embargo, lo que en nosotros entibia en cierto modo la estimulacion que inspiran semejantes méritos, es el considerar que aquel bendito varon participaba de las preocupaciones más comunes y funestas de sus contemporáneos, y aunque realmente marchaba delante de ellos, no se separaba mucho de la turba, que es lo que á veces causa gran daño y disminuye el crédito adquirido por otro lado. Con efecto, el grandísimo de que gozaba no bastó para contrarestar la opinion de la muchedumbre en, el asunto del contagio, sino que no pudo libien á los demas médicos, que,