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con esto su fuerza cualquiera objecion, y toda dificultad se allanaba; y si se oponia que los efectos no habian seguido inmediatamente á las primeras unturas, encontraban la causa en que aquella habia sido una tentativa de maleficios todavía imperfectos, pero que ya estaba perfeccionado el arte, y la voluntad mås obstinada en el infernal designio.

El que en aquella época hubicse sostenido que habia sido una burla, el que hubiese negado que exislia una trama, hubiera pasado por ciego, por terco, cuando no lo hubiesen tenido por hombre interesado en engañar la prevision pública, por cómplice en el alentado 6 por unlador, voz que no tardó en hacerse comun, solemne y fatal. Con la persuasion de que habia untadores nadie dudaba que era fácil dar con ellos, con lo cual todos estaban sobre aviso:

cualquiera acto podiu excitar sospechas; estas con facilidad podian convertirse en certeza, y la certeza en furor.

Dos ejemplus refiere Ripamonti, advirtiendo haberlos escogido, no porque fuese tos como sucedian diariamente, sino porque de los dos habia sido testigo de vista.

Un dia de no sé qué festividad, un anciano más que octogenario, despues de haber orado de rodillas en la iglesia de San Antonio, quiso scntarse, para lo cual quitó ántes con la capa el polvo del banco.-«;Ese viejo está untando los bancos!» gritaron algunas mojeres que vieron el acto.

Arrojáronse al infeliz las gentes que se hallaban en la iglesia, sin reparar en el sitio, y arrancándole las canas, le magullaron á puñetazos y patadas, arrastrándole fuera casi muerto para lievarle á la cárcel, delan te del juez, y al fin al suplicio. «Yo le vi arrastrado de aquella manera, dice Ripamouti, y aunque no supe lo que suced:ó despues, creo que el desgraciado, segun estaba, no viviria sino muy po- ćos minutos.» El segundo caso, que se verificó el dia siguiente, fué muy extraord:nario, pero no tan funesto. Tres jóvenes franceses, á saber, un literato, un pintor y un maquinista, que habian pasado á Italia con objelo de verla y dedicarse al estudio de las antigüedades, y á buscar medios de ganar, estaban examinando con atencion, desde un punto en que se habian colocado, lo exterior de la catedral. De las gentes que al pasar se paraban tambien á mirar, se formó un corrillo, sin que ninguno perdiese de vista á los tres jóvenes, que por el traje, el peinado y las carleras ó estuches manifestaban ser extranjeros, y lo peor franceses. Estos, para asegurarse de que cierta parte de la pared era de mármol, alargaron la mano para tocarlalos horrorosos entre tan-