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cuadros, inscripciones y empresas, ocupando la delantera de las ventanas vasos, antigüedades, con otros objetos de valor y mérito, y en todas partes inmensa canlidad de luces. Desde várias de aquellas ventanas miraban la pompa muchos enfermos incomunicados, uniendo sus preces con las de la comitiva. En las demas calles, silencio y soledad, á excepcion de que algunos tambien desde las ventanas tendian el oido al murmullo lejano de la procesion, y otros habian subido á los tejados, contándose hasta las monjas, para ver si desde léjos podian divisar la urna, la comitiva ú olra cualquiera cosa de aquella solemne funcion.

Pasó la procesion por todos los cuarteles de la ciudad, haciendo en las plazuelas y encrucijadas un descanso, en que se colocaba la urna al lado de una cruz, que en cada una de dichas plazuelas y encrueijadas mandó plantar San Cárlos cn la epidemia anterior, y de las cuales algunas existen aún; por manera que la procesion no volvió á la caledral hasta mucho despues del mediodía.

Y hé aquí que el dia siguiente, cuando aún reinaba la presuntuosa confianza, y en muchos la fanática seguridad de que la procesion debia haber cortado la peste, creció el número de los muerlos en cada clase y en cada barrio de la ciudad, tan excesiva y súbitamente, que pocos hubo que no encontrasen la causa de tan funesto aumento en la misma procesion; pero ;cuán terrible es la fuerza de una preocupacion general! Léjos de atribuirse aquel efecto á la excesiva y prolongada aglomeracion del pueblo, y á la multiplicacion de los contactos eventuales, la mayor parte de la gente lo atribuia á la facilidad que debieron encontrar los untadores para realizar su inicuo designio. Se dijo que, confundidos en la turba, habian infestado con su ungüento á cuantas personas pudieron; pero como este no parecia medio suficiente para mortandad tan vasta y en todas las clases de la poblacion, y como, á lo que parece, no habia sido posible á la penetracion misma de la sospecha hallar mancha alguna, ni ninguna especie de ungüento en toda la carrera, se acudió para la explicacion del hecho al medio antiguo, y recibido entónces en la ciencia comun de Europa, de los polvos venenosos y maléficos, y se dijo que semejantes polvos, esparcidos por toda la carrera, y principalmente en los parajes de las estaciones, se habian pegado á las larguísimas faldas de los vestidos, y mucho más á los piés, que gran número de personas llevaban en aquel dia desnudos.

«Vióse, pues, dice un escritor contemporáneo, el mismo