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que los asistian. Recorria la ciudad, socorriendo á los infelices reclusos en sus casas, parándose en sus puertas y debajo de sus ventanas á oir sus lamentos, para darles palabras de consuelo y de aliento. Se metió y vivió en medio del contagio, admirándose él mismo al último de haber salido ileso.

De esta manera, en las calamidades públicas y en los largos trastornos de cualquier órden de cosas, se ve siempre un aumento, un exceso de virtud; pero por desgracia le acompañe de ordinario un aumento más general de perversidad, y esto tambien se noló en aquella ocasion. Los malvados á quienes no alcanzaba ó no aterraba la peste, no sóło hallaron en la confusion general y en la enervacion ae la fuerza pública una nueva ocasion de actividad con mayor confianza de eludir el castigo, sino que el uso de la misma fuerza pública vino á parar en manos de los peores de entre ellos.

No aspiraban regularmente al destino de sepulturero, y de otros de igual clase, sino hombres en quienes tenía más fuerza el aticiente del robo y de la licencia que el temor del contagio y cierta repugnancia natural. Habianseles dado reglas muy estrechas, intimado severisimas penas y puesto sobrestanies y comisarios, y para vigilar á estos y á aquellos dependientes, magistrados y caballeros en lodos lus barrios, con autoridad para providenciar sumariamente en toda ocurrencia de buen gobierno. Semejante sistema caminó bien y surtió buen efecto hasta cierto punto; pero con el aumento de los muertos, la dispersion y atolondramiento de los que sobrevivian, vino aquella gentualla á quedar como libre de todo freno, y principalmente los monatos.

Entraban como dueños 6 como enemigos en las casas, y sin bablar del saqueo y del modo como trataban á los infelices que por la peste tenian que pasar por aquellas inmundas manos, las ponian sobro los sanos, sobre los hijos, los parientes, las mujeres y los maridos, amenazándolos con que los arrastrarian al Lazareto, si no se rescataban al precio que ellos mismos establecian. Ouras veces vendian sus servicios, negándose á llevarse cadáveres ya corrompidos, á ménos que no se les diesen tantos escudos. Se dijo (y entre la credulidad de unos y la perversidad de otros, es igualmente aventurado creer y dejar de creer), se dijo, y Tadino lo asegura, que los monatos y sus acompañantes dejaban caer expresamente de los carros las ropas infestadas para propagar y prolongar la pestilencia, que para ellos era una India. Otros malvados, fingiéndose sepulture-