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- ros con campanillas en los piés, que era el distintivo de éstos, el cual además servia para avisar de que se acercaban, se introducian en las casas, en donde cometian extorsiones de todo género. En algunas, que estaban abierlas sin habitantes, 6 únicamente con algun moribundo, entraban ladrones, llevándose cuanto habia, y en otras se metian los esbirros, cometiendo igualmente vejaciones inauditas.

Con la perversidad creció tambien la demencia. Todos los errores dominantes adquirierou con la perturbacion y agitacion de las gentes una fuerza extraordinaria, y se extend:ó más precipitadamente su aplicacion, contribuyendo todos á engrandecer el delirio especial de los untamientos, el cual en sus efectos y desahogos era con frecuencia, como hemos visto, otra nueva perversidad. La idea de aquel supuesto peligro angustiaba los ánimos mucho más que el peligro real; «y miéntras, dice Ripamonti, los cadáveres, ó los montones de cadáveres, siempre presentes y entre los piés, hacian de toda la ciudad un inmenso féretro, presentaba todavía mayor y más funesta deformidad el reciproco encarnizamiento, el desenfreno y la monstruosidad de las sospechas...

»No sólo se desconfiaba del vecino, del amigo, del huésped, sino que infundian terror hasta los vinculos y nombres más sagrados para el hombre en sociedad, como son los de marido y mujer, de padre é hijo, y de hermano y hermana, y, causa horror el decirlo, la mesa doméstica y el tálamo nupcial se temian como sitios de asechanza, 6 como escondrijos de veneno.»

La imaginada extension y lo extraordinario de la trama turbaban los entendimientos, alterando todas las relaciones de recíproca confianza. Además de la ambicion y la codicia, que al principio se supusieron el móvil de los untadores, se ideó y creyó despues que habia en el untar cierto placer diabólico, cierto aliciente que dominaba la voluntad. Los delirios de los enfermos que se acusaban á sí mismos de los que temieron de los demas, se tenian por revelaciones, y hacian que á todos se les creyese capaces de todo. Y más que las palabras, debian causar efecto las acciones, si sucedia que enfermos delirantes ejecutaban aquellos actos que se suponia deber hacer los untadores; cosa tan probable como propia para explicar á un tiempo la persuasion general y las ascrciones de muchos escritores. Del mismo modo, en el largo y funesto período de las inquisiciones religiosas y judiciarias contra las brujerías, 28