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quién, estaba, como dice Ripamonti, en la boca de cuantos eran capaces de proferirla. 0tro cometa que apareció en Junio del mismo año de la peste se tuvo, no sólo por un nuevo aviso, sino por una prueba manifiesta de los untamientos. Por desgracia no faltaban libros de que sacar muchos ejemplos de peste, segun decian, manufacturada: citaban å Tito Livio, á Tácito, á Dion; pero ¿qué digo? hasta á Homero y 0vidio, y otros muchos antiguos que han contado hechos semejantes. En cuanto á aulores modernos harta abundancia habia. Citaban más de cien autores, que han tratado ex-profeso, 6 hablado por incidencia, de venenos maléficos, untos, polvos, etc. Citaban á Calepino, á Cardano, á Gavino, á Salio, á Pareo, á Rschechico, á Zachias, y, para acabar, al fatal del Rio, el cual, si la nombradia de los autores estuviese en razon del bien y del mal que produjeron sus obras, deberia ser uno de los más afamados, á aquel del Rio, cuyas lucubraciones costaron la vida á más bombres que las hazañas de un conquistador, á aquel del Rio, cuyas disquisiciones mágicas (la quinta esencia de cuantos desvarios se habian publicado basta su tiempo sobre esta materia), habiendo llegado á ser el texto de más autoridad y mas irrefragable de todos, fueron por espacio de más de un siglo la norma y el impulso poderoso de horribles y multiplicados asesinatos legales.

De las invenciones del vulgo ignorante tomaba la gente culta lo que podia acomodarse á sus ideas, y de las invenciones de la gente culta tomaba el vulgo lo que podia comprender á su modo, y de todo se formaba una masa indigesta de irritacion pública.

Pero lo que más admira es el ver á los médicos que desde el principio habian asegurado que habia peste, y especialmente á Tadino, que la habia pronosticado, y la habia visto entrar sin dejar de seguirla en sus progresos; que habia dicho y predicado que era peste, que con el contacto se contraia, y que si no se acudia presto al remedio, resultaria un contagio general, verle luégo deducir de estos mismos efectos un argumento en apoyo de la existencia de las untur mismo Tadino, que miró como accidente de la enfermedad el delirio de Cários Corona, que fué el segundo que murió de peste, como hemos visto, alegar en prueba de las unturas y de una conjuracion diabólica el testimonio de dos personas, que aseguraban haber oido á un erfermo amigo suyo contar como una nochc se hrabian introducido en su alcoba ciertas personas, ofreciéndole salud y dinero, con maléficas y venenosas; ver á este