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tal que se comprometiese á untar las casas de la vecindad, y que habiéndose negado tenazmente á cometer semejante delito, aquellas personas habian salido, quedando en su lugar un lobo debajo de la cama, y sobre ella tres gatazos, que permanecieron alli hasta el amanecer. Si semejante modo de raciocinar hubiera sido de un hombre solo, pudiera atribuirse á su estolidez particular, y no habria necesidad de hacer mencion del hecho; pero como fué de muchos, es preciso considerarla como parte de la historia del entendimiento humano, y de ella se puede inferir cómo una serie de ideas coordinada y racional puede ser trastornada por otra serie que se interponga. Conviene tener presente que el referido Tadino era uno de los hombres de más opinion de su tiempo.

Dos ilustres y beneméritos escritores, Verri y Muratori, aseguran que el cardenal Federico dudaba del hecho de los untamientos. Quisiéramos nosotros extender más la alabanza de su gloriosa memoria, y presentar aquel buen prelado, tanto en esto como en otras no pocas cosas, muy diferente de la turba de sus contemporáneos; pero no podemos dejar de ver en él con harto pesar un nuevo ejemplo del poderosisimo influjo que tienen las opiniones comunes aun en los entendimientos más despejados. Hemos visto, á lo ménos por el modo con que Ripamonti refiere sus pensamientos, cómo verdaderamente dudó al principio, y cómo luégo creyó siempre que en aquella opinion tenian gran parle la exageracion, la ignorancia, el miedo y el deseo de disculpar el descuido en prevenirse contra el contagio; pero al mismo tiempo opins que habia alguna cosa de cierto. En la Biblioteca Ambrosiana se conserva un opúsculo escrito de su propia mano acerca de la peste, y hé aquí uno de los pasajes en que se manifiesta terminantemente esta opinion: «Acerca del modo de componer y esparcir semejantes ungüentos, muchas y distintas cosas se decian, de las cuales unas tenemos por verdaderas, al paso que otras nos parecen enteramente imaginarias.»

Hubo, no obstante, algunos que hasta el fin y siempre opinaron que todo era imaginario, y esto no lo sabemos por ellos, porque ninguno se atrevió á publicar una opinion tan opuesta á la del público, sino por los escritores que la ridiculizaron y refutaron como una preocupacion, como un error que, aunque no osaba manifestarse, no dejaba de existir; y lo sabemos tambien por quien consultó la tradicion.

«He hallado en Milan, dice el célebre Muratori en su es-