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Y miéntras el Canoso cumplia la órden, acercándose lo ménos posible, proseguia D. Rodrigo diciendo:

—iQué diablo! Es mucho lo que me incomoda.

Quitó la luz el Canoso, y dadas las buenas noches á su amo, se marchó aprisa miéntras éste se metia en la cama.

Pero la colcha le pareció una montaña: echóla fuera y se recogió para dormir, porque efuctivamente se moria de sueño. Pero apénas cerraba los ojos, despertaba sobresaltado, como si algan impertinente le empujara de improviso, y al mismo liempo sentia aumentarse el calor y la agitacion. Atribuialo todo al Agosto, á la malvasía y á la francachela; pero á esta idea veuia siempre á suceder por si misma la que entónees se agregaba á todas las demas, la que entraba, digámoslo asi, por todos los sentidos, la que se entremetia en todos los discursos de los libertinos, á saber, la de la peste, idea de que entónces era más fácil burlarse que desecharla.

Por fin, despues de bata!lar largo tiempo, se quedó dormido, y principió á tener los sueños más tétricos y funestos del mundo, y pasando de uno á otro, le pareció hallarse en una grande iglesia, muy adelante y entre una inmensa muchedumbre; sin saber él mismo cómo se habia metido en elia, especialmente en aquei tiempo, de lo que estaba sobremanera pesaroso. Miraba á los concurrentes, y los veia à todos con rostro macilento, ojos encandilados, labios caidos y ropas desgarradas á jirones, descubriéndose por las roturas manchas amoratadas y bubones. Pareciale que les gritaba: «;Atras, canalla, apartarse!» mirando al mismo liempo la puerta, que se hallaba muy distante, y acompañando la voz con gestos de amenaza, pero sin moverse, al contrario, encogiéndose por no tocar aquellos asquerosos cuerpos que deinasiado le tocaban y á por todas partes. Sin embargo, todas aquellas fantasmas, léjos de apartarse, no sólo no daban muestra de haberle oido, sino que se le echaban encima, y parecia que alguno con los codos ó con otra cosa le com:primia el lado izquierdo entre el corazon y el sobaco, donde sentia una aguda punzada, que tambien se dejaba sentir con más fuerza si forcejaba para evitar semejante molestia. Enfureeido quiso echar mano á la espada, pero le pareció que con la apretura la espada se le habia subido al cuerpo y que el pomo de ella era lo que le heria el lado del corazon. Metió la mano en aquella parte, y no sólo no encontró la espada, sino que al tocarse sintió una punzada mayor. Se enfurecia, sudaba y queria gritar más recio, cuando advirtió que