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todas aquellas caras se volvian á un lado. Miró él tambien, y vió un púlpito, y asomar no sé qué cosa convexa, lisa y relumbrante; luego la corona de un eclesiástico, dos ojos, una cara con unas barbas blancas y muy largas, y últimamente un capuchino hasta la cintura, el mismo fray Cristóbal. El cual, echada alrededor una mirada, le pareció á D. Rodrigo que clavaba en él la vista, levantando al propio tiempo la manò en el mismo ademan que tomó allå en la sala de su palacio. El tambien levantó entónces la suya con furor, haciendo un esfuerzo para aferrar aquel brazo en el aire; pero la voz que bronca luchaba para salir de la garganta paró en un grito espantoso, y despertó D. Rodrigo.

Dejó caer el brazo que efectivamente lenia levantado, y no fué poco lo que le costó el acabar de volver en sí, y el abrir bien los ojos, porque la luz del dia, ya muy avanzado, le mortificaba no ménos que lo hizo la de la vela por la noche. Conoció su cama y su cuarto, se convenció de que todo habia sido sueño, y ya la iglesia, la turba, el capuchino habian desaparecido, á excepcion del dolor en el lado izquierdo. Palpitábale penosamente el corazon con fuerza no acoslumbrada, le zumbaban los oidos, y sentia un ardor interior y gran pesadez en todos los miembros, peor que cuando se :netió en la cama. Titubeó algun tiempo åntes de mirar la parte dolorida; la descubrió por fin; horrorizado puso en ella la vista, y advirtió un asqueroso tumor amoratado.

Túvose en cl acto por perdido: invadióle el terror de la muerle, y quizá más que el de la muerte el de caer en las manos de los monatos para ser conducido y arrojado al Lazareto. Y diseurriendo acerca del modo de evitar tan horrible suerte, se confundia su imaginacion notando que por momentos se le perturbaba el sentido, y que pronto le quedaria á lo más el suficiente conocimiento para entregarse á la desesperacion. Echó mano arrebatadamente de la campanilla y la sacudió con violencia. Presentóse el Canoso, que ya estaba en acecho, se paró á corta distancia de la cama, y mírando con atencion á su amo, se confirmó en lo que la noche ántes habia conjeturado.

Incorporóse D. Rodrigo con trabajo, y sentándose con fatiga en la cama, le dijo:

Canoso! lú fuiste siempre el que más mereció mi confianza.

—Sí, señor.

—Siempre te he hecho mucho bien.