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-Bondad que le debo á vuestra señoria.

—¿Podré fiarme de tí?.

Vaya, señor!

—iCanoso, estoy malo!

—Ya lo he conocido.

—Si me pones bueno, haré por tí más de lo que he hecho basta ahora.

Nada contestó el Canoso, aguardando en qué iba á parar aquel preámbulo.

—De nadie quiero fiarme sino de tí,-prosiguió D. Rodrigo.-Hazme un favor, Cano80.

—Mande vuestra señoría,-dijo el Canoso, contestando con la fórmula acostumbrada á aquella no acostumbrada propuesta.

—Sabes tú dónde vive el cirujano Chiodo?

— Ši señor, mucho.

—Es hombre honrado, que pagándole bien, ocultará mi enfermedad. Véte á llamarlo: dile que le daré cuatro ó seis escudos por cada visita, y más si quiere; y que venga al momento. Haz bien la diligencia, de modo que nadie lo note.

—Bien pensado!-dijo el Canoso.-Voy y vuelvo volando.

—Aguarda, Canoso: dáme ánles un poco de agua: tengo un ardor interior que me devora.

—No, señor,-contestó el Canoso;-nada sin que lo mande el facultativo. Estas enfermedades son endiabladas:

no hay que perder tiempo. Estése vuestra señoría quieto, que en cuatro minutos estoy aqui con el cirujano.

Dicho esto, salió cerrando la puerta.

Acurrucado D. Rodrigo, le acompañaba con la imaginacion, contando los pasos y calculando el tiempo. Miraba de cuando en cuando el costado izquierdo; pero al punto apartaba la vista con horror. Pasado un rato, comenzó á estar con el oido atento, aguardando por instlantes al cirujano, y este esfuerzo de atencion suspendia la sensacion del mal, y tenía á raya los pensamientos, cuando de repente oye un sonido de campanillas que, aunque lejano, no parecia venir de la calle, sıno del interior de la casa.

Aplica más el oido, y lo oye más fuerte y más á menudo, y al mismo tiempo ruido de muchas pisadas.

Le pasa por la mente una horrible sospecha; se sienta en la cama; pone más atencion, y oye en la pieza inmediata cierto golpe sordo como de cosa de peso que con cuidado se descarga en el suelo. Echa las piernas fuera de la cama