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cayó sin fuerza y sin aliento, y como estúpido; sin embargo, miraba todavía como encantado , y de cuando en cuando hacía algun movimiento, con algunos lánguidos ayes.

Cogiéronle los monatos uno por los piés y otro por los hombros, y le trasladaron á una camilla que habian dejado en la pieza inmediata: el uno de ellos volvió luégo á recoger el botin, y levantando despues al infeliz D. Rodrigo se lo llevaron.

De lo que habia quedado se detuvo el Canoso escogiendo lo que le pareció convenirle, hizo de todo un lio y tomó la puerta. Tuvo gran cuidado de no tocar á los sepultureros, y de que ellos no le tocasen; pero con el afan de hurgar y registrarlo todo, cogió del lado de la cama !os vestidos del amo, y sin pensar en otra cosa, los sacudió para ver si habia dinero; mas al otro dia pagó su merecido, pues miéntras estaba comiendo y emborrachándose en una taberna, le acometieron fuertes calofrios, se le anublaron los ojos, le faltaron las fuerzas y cayó al suelo. Abandonado de todos, fué á parar á manos de los monatos, los cuales, despues de haberle quitado cuanto tenía de algun valor, lo echaron en un carro en que espiró ántes de llegar al Lazareto, donde babian llevado á su amo.

Dejando ahora á D. Rodrigo en aquella morada de dolor, conviene ir en busca de otro, cuya historia jamás habria tenido relacion alguna con la suya, á no haberse empeñado en ello á la fuerza; y áun se puede asegurar que no habria historia ni de uno ni de otro. Hablo de Lorenzo, á quien, bajo el nombre de Antonio Revuelta, dejamos en su nueva fábrica de seda.

A los cinco ó seis meses, salvo error, de su permanencia en ella, habiéndose declarado enemigos la república de Venecia y la España, y habiendo cesado de consiguiente todo recelo de reclamaciones por parte de esta última potencia, se apresuró Bartolo á ir por él y á traerle otra vez consigo, tanto porque le queria, como porque siendo Lorenzo másinteligente y hábil en su oficio, era en una fåbrica de grande utilidad y auxilio para el maestro principal, sin que pudiese jamás aspirar á este puesto por no saberescribir. Como esta razon entró aigun lanto en el procedimiento de Bartolo, nos vemos precisados á indicarlo. Quizá nuestros lectores quisieran un Bartolo más ideal, esto es, distinto de lo que generalmente son los hombres: no sé qué decir á eso, sino que se lo fabriquen á su gusto. Aquél era como yo le describo.