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yectos, que es como si dijéramos que pensó más que nunca en Lucia.

«¿Qué será de ella, decia para sí, en un tiempo en que el vivir puede considerarse como una excepcion? ¡En tan corta distancia no saberse nada! Y sabe Dios cuánto durará semejante incertidumbre!» Mas áun cuando esta se hubiesc disipado, aun cuando pasado todo peligro hubiese sabido que Lucia estaba viva, quedaba siempre ese nudo que desaiar, ese grave inconveniente del volo.

«Yo iré, decia para sí, yo iré á informarme de todo (y esto lo decia cuando aún no podia tenerse en pié) siempre que viva... ¡Ah! quiera el cielo que viva, que encontrarla, yo la encontraré: de su propia boca oiré una vez qué es lo de esa promesa; le demostraré que no puede ser, y me la traeré conmigo, y tambien á esa buena Inés, si no ha muerto. ¡Pobrecilla! ;Y cómo me ha querido siempre! Yo estoy seguro de que todavía me quiere... Pero ¿y la requisitoria? Mal será que los que han quedado vivos tengan ahora gaua... Otras cosas llamarán su atencion: ¡aquí mismo andan sueltos tantos perillanes que tienen mayores motivos que temer!... ¡Sólo para los bribones ha de haber salvo-conducto?... Y en Milan, segun dicen, la confusion llega á su colmo. Si dejo escapar ocasion tan buena, no vuelvo á encontrar otra.» Esta ocasion tan buena era nada ménos que la peste, y aquí se ve de qué modo puede hacernos emplear las palabras el bendito instinto de contraerlo todo á nosotros mismos.

No pierdas la esperanza, amigo Lorenzo.

Apénas pudo andar y salir de su casa, se fué á buscar á Bartolo, el cual hasta entónces habia conseguido librarse de la peste, y vivia retirado. No quiso entrar en su casa, sino que dándole una voz desde la calle, le hizo asomar á la ventana.

—Ah! Ah!-dijo Bartolo.-iQué bien has escapado! ¡Cómo me alegro!

—Tengo todavía, como ves, bastante debilidad en las piernas, pero en cuanto al peligro, ya estamos libres.

—Quisiera yo hallarme como tú. Otras veces diciendo uno: estoy bueno, todo lo decia; pero ahora de nada sirve. La buena palabra es decir: estoy mejor.

Lorenzo despues de haber animado á su primo con palabras de esperanza y buen vaticinio, le comunicó su resolucion.

—Esta vez-contestó el primo-no me opongo á que te vayas. ¡Que Dios te acompañe y te bendiga! Procura li-