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hacer el primer papel en un tratado de economía polftica! Con igual seguridad, aunque acibarada á vista de tantas calamidades, caminaba Lorenzo hácia su casa bajo un cielo sereno y por un pais hermoso, pero con el desconsuelo de no cncontrar, despues de largos trechos de una triste s0- ledad, sino alguna sombra vagante en lugar de persona viva, ó cadáveres conducidos al hoyo sin las acostumbradas exequias ni el patético són de cantos fún :bres. Como á eosa de la mitad del camino, se paró en un bosquecillo å comer un poco de pan y fiambre de que iba provisto. De fruta tenía á su disposicion en todo lo largo del eamino más de la necesaria: higos, albaricoques, ciruelas, sin más trabajo que entrar en un campo y tomarlas de las ramas, 6 coger del suelo las más naduras eaidas bajo el árbol; porque además de que el año era extraordinariamente abundante de peras y manzanas, no habia casi quien hiciese caso de ellas. Las uvas tambien eran tantas, que los racimos ocultaban las hojas, quedando á disposicion del primero que quisiese cogerlas.

Al caer de la tarde divisó su pueblo. Aunque debia estar preparado á aquella vista, sintió no obstante un latido en su corazon. Acometiéronle de golpe mil cuerdos dolorosos y mil penosos presentimientos. Sonabale en los oidos aquel siniestro tocar á rebato que le acompañó y persiguió al huir de su país, y le afligia al mismo tiempo el mortal silencio que alli reinaba entónces. Turbóse sobremanera al desembocar en la plazuela de la iglesia; pero mayor debia ser la turbacion que experimentase al llegar al término de su viaje; pues se habia propuesto pasar á aquella casa que en tiempos más felices solia llamar de Lucia. Ahora todo lo más podia ser de Inés, y la única gracia que pedia al cielo era encontraria viva y buena. En esa misma casa era donde tenía ánimo de hospedarse, conjeturando con razon que ya la suya no sería sino morada de insectos y ratones.

Para llegar, pues, á su destino sin atravesar el pueblo, tomó una senda á su espalda, la misma por donde vino en tan buena com pañia aquella noche de feliz memoria en que trató de sorprender al Cura. A cosa de la mitad estaba por una parte la viña, y por la otra la casita de Lorenzo; así que de paso podia entrar en una y otra, para ver el estado de su hacienda.

Prosiguiendo su camino, no dejaba de mirar adelante, deseoso á un tiempo y temeroso de encontrar á alguno. A