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pocos pasos vió, con efecto, á un hombre en cuerpo de camisa, sentado en el suelo con las espaldas apoyadas en un seto de jazmines y con apariencia de insensato. Tanto por esta como por la cara le pareció que era aquel zote de Gervasio que hubo de ser segundo testigo en la desgraciada expedicion; pero acereándose vió que era en su lugar el despierto Antoñuelo que le habia llevado. Quitándole la enfermedad el vigor del cuerpo y del espíritu, habia dejado que se desarrollase en su rostro y todos sus actos un pequeño y oculto gérmen de semejanza que tenía con su desmemoriado hermano.

—Hola, Antoñuelo!-le dijo, parándose delante de él;- ¿eres tú? Clavóle Antoñuelo los ojos en la cara sin mover la cabeza.

—jAntoñuelo! ¿no me conoces?

—Al que le coge, le coge,-contestó Antoñuelo, quedando luégo con la boca albierta.

—¿Conque la tienes encima? ;Pobre Antoñuelo! ¿Ya no me conoces?

—A quien le coge, le coge,-replicó el pobre insensato con una necia sonrisa.

Viendo Lorenzo que nada más sacaria, pasó adelante muy contristado, cuando al volver una esquina vió venir una cosa negra, que conoció inmediatamente ser don Abundo.

Caminaba paso á paso con su baston á modo de quien lleva y es recíproeamente llevado, y á medida que se acercaba, se iba advirtiendo en la palidez y flaqueza de su ro8- tro, y en todas sus facciones, que él tambien habia corrido su borrasca. Miraba él igualmente; le parecia, y no le parecia; notaba en el traje alguna cosa de forastero, y efectivamente era el traje del pais de Bérgamo.

«No hay duda en que es él,» dijo para sí, y levanto las manos al cielo en ademan de una admiracion nada grata; y quedando suspendido en el aire el baston que lenia en la mano derecha, se veian bailar en las mangas del vestido aquellos descarnados brazos que en otro tiempo las llenaban cumplidamente. Apresuróse Lorenzo á alcanzarle, y le hizo una reverencia; pues aunque se separaron la última vez como saben nuestros lectores, le miraba siempre como su Cura párroco.

—jConque estás aquf tú!-exelamó D. Abundo.

—Aquí estoy: ya usted lo ve. Se sabe algo de Lucía?

—Qué quieres que sepa yo? Nada se sabe: está en Milan, digo, si todavía está en este mundo. Pero tú...