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| exactas, no ménos acerca de las aventuras de Lucía, que respecto de las persecuciones dirigidas contra él mismo, é igualmente cómo D. Rodrigo se habia marchado, rabo entre piernas, sin que hubiese vuelto á parecer en el país, y, en fin, todo aquel conjunto de sucesos. Aprendió tambien (y no era para él negocio de poca monta) á pronunciar claramente el apellido de D. Ferrante, que aunque Inés se lo hizo escribir por su secretario, estaba de tal modo escrito, y tal explicacion le dió su intérprete de Bérgamo, que si con aquella palabra hubiese ido å buscarle á Milan, probablemente no habria encontrado quien le comprendiese, y, sin embargo, aquel era el único rastro que podia dirigirle para saber de Lucía. Por lo que toca å la justicia, pudo cerciorarse de que no era peligro muy próximo para que pudiese darle cuidado. El señor Podestá habia muerto de la peste: no se sabía cuándo enviarian un sucesor: á casi todos los esbirros se los habia llevado igualmente la trampa, y los que quedaban no estaban para pensar en cosas añejas.

Tambien Lorenzo contó á su amigo sus aventuras, recibiendo en trueque mil historias del paso de las tropas, de la peste, de los untadores y de los maleficios.

—iQué cosas tan tristes!-prosiguió el amigo, acompapando á Lorenzo á un cuartito en lo alto, que la peste habia dejado limpio de habitantes;-cosas que jamás hubiéramos pensado ver; cosas que nos dejarán desconsolados por toda la vida; sin embargo, se encuentra algun alivio en hablar de ellas entre amigos.

Al ser de dia ya estaban abajo los dos, y Lorenzo en ademan y disposicion de viaje con su cinto debajo de la ropa, su gran cuchillo en la faltriquera de los calzones, y en lo demas ligero y desembarazado. El lio lo dejó en poder de su huésped, diciéndole:

—Si salgo bien, si la encuentro viva, si... basta; vuelvo por aquí, y corro á Pasturo á dar la buena noticia á la pobre Inés, y luégo... Pero si por desgracia, que Dios no quiera... entónces... no sé lo que haré, no sé dónde iré; pero seguramente por estas partes no me volvereis á ver.

Y hablando de esta manera, de pié en la puerta que daba al campo, miraba en rededor, con la cabeza levantada, la aurora de su país, que en tanto tiempo no habia visto.

Animóle su amigo con vaticinios lisonjeros y palabras de esperanza. Quiso que tomase alguna provision para aquel dia, y despues de haberle acompañado largo trecho de camino, le despidió con nuevos presagios.