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CAPÍTULO XXXIV.

Acerca del modo de entrar en la ciudad, Lorenzo habia oido decir, así en confuso, que habia una órden rigurosisima: que á nadie era permitida la entrada sin boleta de sanidad; pero que con todo entraba fáeilmente el que sabía ayudarse algun poco, y aprovechar la ocasion eportuna.

Esto era cierto, y áun dejando aparte las causas generales que contribuian á que en aquel tiempo toda órden fuese poco obedecida, y sin contar las particularidades que dificultaban la rigurosa ejecucion de ésta, era tal el estado de Milan, que era aificil no ver que no habia para qué guardarlas ni de quién, y que eualquiera que se aventurase á penetrar en la cindad podia parecer más bien poco cuidadoso de su salud, que perjudicial á la de los habitantes.

Con estas noticias, el proyecto de Lorenzo era de intentar la entrada por la primera puerta á que llegase, y encontrando alli alguna dificultad, dar vuelta por á uera hasta dar con otra puerta por donde consiguiese introducirse, y sabe Dios cuántas puertas se figuraba que tendria Milan.

Llegado, pues, á vista de la muralla, se paró allí un poco, mirando en derredor, á manera del que no sabiendo á donde le convenga mejor dirigırse, parece que aguarda y pide á cualquier incidente algun indicio. Pero ni á su derecha ni á su izquierda veia otra cosa sino dos trozos de una calle torcida; al frente una parte de la muralla, y por ningun lado señal de alma viviente, sino que sólo en lo alto de un terraplen veia elevarse una densa columna de humo oscuro y craso, que saliendo se extendia formando grandes globos, y se disipaba luégo por el aire, pardo y tranquilo. Eran camas, ropas y utensilios infectos que estaban quemando; y de estas hogueras habia muchas, no sólo allí, sino en otras partes de la muralla.

El tiempo estaba cerrado, el aire grueso, y el eielo cubierto de una niebla igual y espesa que parecia negar el sol, sin prometer la lluvia. La campiña alrededor.parte inculta, loda árida; la verdura descolorida, y ni siquiera una gota de rocio sobre las hojas lacias y caidas. Además aquella soledad y aquel silencio tan cerca de una inmensa