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Este hombre miéntras vivió, .que fueron muchos años, siempre que se hablaba de «untadores,» repetia su caso y añadia: «Los que todavía sostienen que no es cierto no vendrán á decírmelo á mí; porque las cosas para hablar de ellas es necesario haberlas visto como yo.»

Léjos Lorenzo de figurarse el riesgo de que se habia escapado, y movido más de indignacion que de miedo, discurria en el camino acerca de aquella acogida, y suponia poco más 6 ménos el concepto que aquél hombre habria formado de su persona; pero la cosa le parecia tan fuera de razon, que se persuadió de que aquél no podia ménos de ser un loco. «Sin embargo, decia para sí, la empresa empieza mal, muy mal: parece que hay una estrella fatal para mí en este Milan. Al entrar todo va perfectamente; pero así que estoy dentro, se amontonan los contratiempos uno tras otro. Basta... Con la ayuda de Dios... Si encuentro... si llego á encontrar... todo lo daré por bien empleado.»

Llegado al puente, torció sin titubear á la izquierda por la calle llamada de San Márcos, pareciéndole que aquella • debia conducir á lo interior de la ciudad; y prosiguiendo su camino volvia los ojos á lodas partes, para ver si encontraba alguna alma viviente; pero sólo vió un cadáver desfigurado en el angosto foso que corre por algun trecho entre la calle y unas pocas casas, que entónces eran ménos.

Pasado aquel trecho, oyó ciertas voces que al parecer le llamaban, y levantando los ojos hácia la parte de donde venian, vió á corta distancia, en un baleon de una casucha aislada, á una pobre mujer rodeada de unos cuantos niños, la cual, llamándole lodavia, le hacía señas de que se acercase. Acudió Lorenzo al momento, y estando ya cerca:

—Jóven honrado,-le dijo la mujer,-querrá usled hacernos la caridad, jasí le ayude Dios! de avisar al Comisario de que hoy se han olvidado de nosotros? Nos han encerrado aquí como sospechosos, porque mi pobre marido ha muerto: han clavado la puerta, como usled ve, y desde ayer mañana ninguno ha venido á traerme de comer.

Hasta ahora no ha pasado una alma que me haga esta caridad, y estos pobres inocentes se están muriendo de hambre.

—jDe hambre!-exclamó Lorenzo, y echando mano á los bolsillos, sacó los dos panes diciendo:-eche usted alguna cuerda para subirlos." —Dios se lo pague: aguarde usted un momento,-dijo la mujer.